Austeridad o crecimiento. Según el discurso dominante, éstas parecen ser las dos únicas opciones que tienen los estados europeos. Y son excluyentes entre sí. Es decir, si un país ahogado por los números rojos quiere equilibrar sus cuentas públicas, tendrá que hacerlo a costa de agravar la recesión. Si, por el contrario, quiere relanzar su PIB, no tendrá otro remedio que retrasar su ajuste presupuestario y seguir gastando a manos llenas.
El problema es que la relación entre ambos puede que no esté tan clara. Según un estudio de BBVA Research presentado este jueves en Sevilla, en el marco de un encuentro en la UIMP sobre medidas públicas de estímulo, el incremento del déficit y la deuda no sólo no ayudan, sino que podrían retrasar el crecimiento. En el caso de España, reducir la deuda del 95% actual al 35% en el que estaba a comienzos de la crisis, podría llegar a suponer un incremento del 5,22% del PIB, de un 6,42% de la inversión y permitiría una reducción de los impuestos de casi 10 puntos.
En las últimas semanas, la polémica se ha recrudecido, especialmente tras conocerse que uno de los estudios pro-austeridad más famosos, el de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, contenía algunos errores. Los partidarios de las políticas de estímulo (en realidad, un eufemismo para no decir "más gasto público") asumieron que ya que el célebre paper estaba equivocado, también lo estaban todos aquellos que creen que la contención presupuestaria era positiva.
En este sentido, el análisis de Rafael Domenech para BBVA es realmente interesante, puesto que analiza las consecuencias a corto, medio y largo plazo de las políticas de estímulo fiscal, especialmente en lo que tiene que ver con su impacto en la presente crisis. Y no, no utilizar los datos de la pareja de profesores de Harvard.
Gastos e impuestos
Lo primero que hace el informe es analizar cuál es el impacto real del llamado "multiplicador fiscal" que mide "mide la variación del PIB respecto a la variación del déficit público debida a políticas discrecionales"; es decir, que impacto tiene un incremento del gasto público o una reducción de impuestos en la actividad económica.
Como exponen los autores, si el "multiplicador es muy elevado, los efectos negativos de la austeridad fiscal sobre el PIB serán cuantitativamente importantes". Está claro, si esta relación es muy elevada y un país recorta gasto y sube impuestos, lo que provocará es una fuerte recesión.
Según sus conclusiones, "a corto plazo, los multiplicadores fiscales son positivos pero pequeños (alrededor de 0.5)", unas cifras que también son consistentes con lo ocurrido en España durante estos años. Y un apunte importante: "Los recortes de gasto público son menos contractivos que las subidas de impuestos". Vamos, que puestos a elegir como equilibrar las cuentas, sale mejor sacar las tijeras que cargar el peso en el contribuyente.
Déficits estructurales
Lo anterior sirve para el corto plazo, pero con una crisis que comenzó en 2007 y tiene visos de seguir durante al menos una década, parece relevante analizar los efectos a medio y largo plazo. Aquellos programas de gasto público (como el famoso Plan E) que se suponía que iban a detener en seco la caída del PIB y a relanzar la economía, apenas sirvieron para maquillar los datos de crecimiento durante un año, a cambio de un importante incremento en la deuda pública que ha pasado del 36% en 2007 al 95% con el que cerrará 2014, según las cifras del Gobierno.
Pero sus consecuencias sí serán duraderas. El estudio del BBVA analiza el impacto del déficit y la deuda en tres aspectos: los tipos de interés, la inversión y el crecimiento.
Tipos de interés: de acuerdo a los datos de EEUU y la UE en las últimas dos décadas, "un aumento de 1punto porcentual" del déficit estructural a lo largo de los años supone "un aumento de los tipos de interés de entre 25 y 50 puntos básicos (entre 0,25 y 0,50)". También un incremento de la deuda pública lleva a la subida del precio del dinero.
Ahorro e inversión: por cada aumento de "un punto porcentual del déficit estructural", la tasa de inversión privada disminuye "0,4 puntos porcentuales" y la tasa de ahorro privado aumenta en "0,4 puntos básicos". No sólo eso, sino que se produce un "deterioro de la balanza por cuenta corriente", lo que conlleva un aumento de la dependencia del exterior y un incremento de la prima de riesgo.
Crecimiento: ésta es la parte más importante, porque va directamente al corazón de la polémica. Las conclusiones del informe del BBVA son:
- "Un aumento de 10 puntos del ratio de deuda sobre PIB supone dos décimas menos de crecimiento de la renta per cápita"
- En el "92% casos el coeficiente estimado es negativo. Una reducción de 10pp en el ratio de deuda da lugar a un aumento del PIB a largo plazo de un 0.8%"
- "Los efectos son cuantitativamente más importantes a partir de niveles de deuda por encima del 90%"
- España: "Los efectos de una reducción de la deuda del 95 al 35% podrían llegar a ser de un incremento del PIB de 5,22% a largo plazo, de 4,54% en el consumo privado y de 6,42% en inversión". Y en lo que hace referencia a los impuestos, podría suponer una caída de casi 10 puntos sin incidir en la recaudación.
Con todos estos datos, puede llegarse a la conclusión de que no sólo el crecimiento no es incompatible con la austeridad, sino que ésta es el requisito casi ineludible para el primero. Como dice el informe en su resumen final, "la estabilidad presupuestaria da lugar a importantes beneficios a largo plazo a través de menores tipos de interés y mayores niveles de inversión privada y de PIB, con los consiguientes efectos positivos sobre el consumo privado y el empleo".