Como viene siendo habitual entre los banqueros centrales, Draghi no ha defraudado y ha cumplido el guión establecido. El BCE rebajó el tipo de interés hasta el 0,5% el pasado jueves, un nuevo mínimo histórico, y anunció que la barra ilimitada de liquidez permanecerá abierta para los bancos europeos hasta julio de 2014, como mínimo. Si a ambas medidas se suma el programa extraordinario de compra de deuda pública (OMT, por sus siglas en inglés) anunciado a finales del pasado año, el organismo monetario demuestra su completa disposición a prestar dinero de forma indiscriminada a Estados y bancos, con independencia de su solvencia, con el objetivo de evitar a toda costa la ruptura del euro.
Son muchos los que venían reclamando una medida similar y, de hecho, la mayoría considera que el BCE se ha quedado corto. Sin embargo, ni unos tipos de interés al 0% ni la compra masiva de deuda tóxica servirán en ningún caso para solventar los graves problemas estructurales que siguen presentando las economías más débiles de la Zona Euro. No en vano, cabe recordar que la Unión Monetaria vive bajo unos tipos de interés en mínimos históricos y con la barra de liquidez financiera permanentemente abierta desde que estalló la crisis internacional en 2008, y ello no ha evitado la recesión ni el elevado paro, y aún menos la insolvencia de Estados manirrotos.
Se equivocan, por tanto, los que depositan toda su confianza en los estímulos monetarios de la banca central para solventar la crisis, como si la mera inyección de liquidez fuera la receta mágica con la que impulsar nuevamente el crecimiento. En primer lugar, la política expansiva de tipos bajos aplicada por la FED y el BCE durante la pasada década fue, precisamente, la culpable de crear la inmensa burbuja inmobiliaria que, posteriormente, estalló en las economías occidentales en 2007; en segundo lugar, el crédito no se reactivará en España hasta que se complete el saneamiento del sistema financiero, se reajuste la estructura productiva nacional y se reequilibren las cuentas públicas; y, por último, el objetivo final que persigue este tipo de políticas expansivas no es otro que formar una nueva burbuja crediticia aún mayor y, por tanto, más peligrosa que la anterior.
Una crisis de deuda no se puede resolver con más deuda. Además, las nuevas facilidades crediticias del BCE tan sólo benefician al sistema financiero y a los Estados. Y éste es, precisamente, el mayor problema de todos, ya que si los Gobiernos más irresponsables y manirrotos gozan de financiación abundante y barata, no tendrán ningún incentivo para aprobar reformas impopulares o recortar el déficit público, sino todo lo contrario. Así pues, en última instancia, este tipo de medidas se traducirán en más deuda sobre los hombros del contribuyente y en un obstáculo mayor para que los Gobiernos reduzcan el asfixiante peso del Estado sobre sus respectivas economías. La única solución, tal y como hipócritamente reconoce Draghi, estriba en aprobar profundas reformas para liberalizar al máximo el sector privado y en aplicar drásticos recortes de gasto para reducir el déficit y la deuda del sector público.