El auge y pinchazo de una burbuja inmobiliaria constituye un elemento central en cualquier análisis serio de la actual crisis. Al igual que ocurrió en Japón o Suecia a comienzos de los años 90, países como Estados Unidos o España enfrentan hoy las desastrosas consecuencias de esto ciclo alimentado por las políticas de dinero barato orquestadas por los bancos centrales.
¿Por qué esa expansión crediticia se fijó especialmente en el sector inmobiliario? Principalmente, por la acción de los diferentes gobiernos que orientaron a los bancos hacia este tipo de crédito. En Estados Unidos, esta estrategia se canalizó mediante Fannie Mae y Freddie Mac, dos gigantescas corporaciones creadas hace décadas por el Gobierno para ensanchar el acceso a financiación residencial de los estadounidenses.
Como ha explicado el analista Juan Carlos Hidalgo, "el Gobierno federal llevó a Fannie Mae y Freddie Mac -que contaba con el aval del Estado- a asumir mayores riesgos en la compra de hipotecas a los bancos El Congreso simplificó los requisitos de préstamo de estas entidades a un cuarto del capital requerido por los bancos comerciales regulares con el fin de incrementar su habilidad de poder prestar a zonas pobres. Además, se ordenó a Fannie Mae y a Freddie Mac que extendiesen sus préstamos a prestatarios con crédito marginal como una manera de ampliar la adquisición de viviendas".
Bajo los mandatos de Clinton y Bush, los requisitos siguieron relajándose, hasta el punto de que en 2008 el Gobierno federal requería que el 56% de las hipotecas adquiridas por estas dos entidades semipúblicas fuesen destinadas a préstamos riesgosos. Meses después, el pinchazo definitivo de la burbuja revelaba que cuatro de cada diez activos controlados por Fannie y Freddie eran hipotecas basura (subprime).
La idea de Cameron
Ante semejante panorama, lo lógico es que la caída de Fannie y Freddie hubiese servido como lección para abandonar este tipo de experimentos. No obstante, el mismo Gobierno de Estados Unidos no dudó en mantener con vida a ambas instituciones, rescatándolas con 190.000 millones de dólares de los contribuyentes y apostando de forma incomprensible por su continuidad.
En Reino Unido, la grave crisis hipotecaria de Estados Unidos no tuvo una réplica tan profunda. Esto fue así porque, aunque la política monetaria en las islas británicas imitó la expansión crediticia de la FED o el BCE, las decisiones de política fiscal no alimentaron una burbuja inmobiliaria como ocurrió en Estados Unidos con Fannie y Freddie. No obstante, ante la débil recuperación económica, el Ejecutivo de David Cameron acaba de anunciar una serie de medidas que podría cambiarlo todo.
El plan, presentado recientemente por el Ministro de Economía, George Osborne, pasa por alimentar el crecimiento económico a base de replicar parte de las estrategias de política fiscal que condujeron a Estados Unidos hacia la crisis de las subprime. La apuesta descansa sobre dos grandes ejes:
- Por un lado, la política monetaria del Banco de Inglaterra explorará "medidas no convencionales" para seguir promoviendo la expansión crediticia. La meta de inflación, oficialmente fijada en el 2%, será relajada para acompañar y profundizar esta estrategia.
- Por otro lado, el Gobierno ha anunciado nuevos programas enfocados en estimular el mercado inmobiliario a través de subvenciones (por valor de 3.500 millones de libras), préstamos (hasta un 20% de hipotecas para residencias valoradas en menos de 600.000 libras) y garantías estatales para avalar créditos hipotecarios (programa que respaldará activos hasta alcanzar la friolera de 130.000 millones de libras).
Es importante analizar el plan de forma integral. El verdadero riesgo de la apuesta de Cameron y Osborne reside en la suma de peligrosos estímulos monetarios y fiscales que, según diversos analistas, amenazan con crear una auténtica bomba de relojería a largo plazo.
Como ha destacado el editor del City AM Allister Heath, "hay una sorprendente paradoja en el corazón del enfoque de George Osborne a la economía, como demuestra una vez más el Presupuesto anual. Osborne sigue siendo muy tímido a la hora de bajar impuestos y reducir gasto, negándose a aplicar reformas fiscales de calado. No obstante, esa timidez contrasta con un increíble radicalismo en la política monetaria, sobre todo con la alocada decisión de subsidiar la propiedad de la vivienda de acuerdo con planteamientos que parecen inspirados en el fiasco de las hipotecas subprime".
Entidades especializadas en el sector, como la consultora Fathom, ya han destacado que la medida no recuperará el desempeño económico general, pero sí alimentará una nueva burbuja.
¿Quién paga? El contribuyente
Con los cambios que propone Osborne, el contribuyente financiará subsidios, préstamos y avales hipotecarios que, en caso de default, pueden dañar más aún la maltrecha salud fiscal de Reino británico. La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, que asesora de forma independiente al Tesoro británico, ya ha advertido del riesgo que implica esta apuesta del Ejecutivo.
En palabras de Steve Nickell, "estas iniciativas harán que suban los precios, pero no tendrán impacto en la demanda". En la misma línea, Robert Chote señaló que el problema del mercado inmobiliario son las restricciones que impone la planificación urbana, y añadió que con estas nuevas medidas solamente se conseguirá inflar los precios de los activos.
Semejante riesgo se antoja difícil de digerir para los contribuyentes británicos. Según la Alianza de Contribuyentes, en lo que va de legislatura se han aprobado ya 400 subidas de impuestos. Estos continuos aumentos de la presión fiscal no han servido para atajar el crecimiento del gasto público y la deuda estatal, dos indicadores que acumulan años de continuo deterioro. Ahora, los contribuyentes vuelven a pagar el pato financiando la apuesta de Cameron y Osborne por la inflación, unida a la trilogía de subsidios, préstamos y avales con la que el Reino Unido podría acabar desarrollando su propia versión de la crisis subprime en el futuro.