Los austerófobos necesitaban un símbolo en el que resumir la esencia de su visceral rechazo a los presupuestos equilibrados y ya lo han encontrado: una hoja de Excel. Para ser más preciso, la hoja de Excel con la que dos prestigiosos economistas, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, habían elaborado en 2010 uno de los papers académicos más citados en esta crisis: "Growth in a Time of Debt". Las conclusiones de este artículo eran bastante contundentes a la hora de reforzar la agenda proausteridad: históricamente, los países que superaban el umbral de deuda pública sobre el PIB del 90% pasaban a decrecer, como media, el 0,1%, mientras que las economías que se hallaban por debajo de ese punto crítico se expandían a tasas medias del 3 o el 4%.
Sucede que Reinhart y Rogoff jamás trataron de establecer una relación de causalidad entre ambas magnitudes: ¿era la atonía del crecimiento lo que causaba el progresivo incremento de la deuda, o era la sobredosis de obligaciones financieras lo que deprimía las economías? Además, el mentado estudio podía, como mucho, servir para defender la austeridad por consideraciones meramente largoplacistas, pero no ofrecía una crítica realmente potente contra las políticas de estímulo a corto plazo: "Sí, tengamos cuidado con no endeudarnos en exceso hoy, no sea que sacrifiquemos el crecimiento de mañana"; nada que un keynesiano mínimamente preocupado por la solvencia de una comunidad no pudiese suscribir. Aun así, el paper se convirtió en toda una referencia para quienes buscaban criticar los altos déficits públicos sin perder demasiado tiempo argumentando en su contra.
Pero hete aquí que la semana pasada unos estudiantes de doctorado descubrieron que los cálculos de Reinhart y Rogoff estaban equivocados porque habían usado incorrectamente el Excel. En realidad, los países con una deuda pública sobre el PIB superior al 90% no decrecen a una media del 0,1%, sino que crecen a una del 2,2%. Oh, ya tenemos culebrón montado: un paper del que podían derivarse prescripciones favorables a la austeridad ha sido refutado por unos chavales que han localizado meteduras de pata básicas. Una comidilla demasiado resultona como para dejarla pasar.
No voy a extenderme mucho más en reflexionar sobre el paper y sus errores. Como ya he dicho, la defensa de la austeridad presupuestaria que se desprendía de la correlación hallada en el artículo de marras era tan tenue que la hubiese podido suscribir el mismísimo John Maynard Keynes. Y en gran medida esa correlación se mantiene tras las enmiendas, aunque de un modo bastante menos intenso: los países más endeudados crecen casi la mitad (2,2%) que los menos endeudados (4,1%) y un 33% menos que las economías con rangos medios de deuda (3,2%). Conclusiones corregidas bastante parecidas a las que ya se desprendían del estudio original de Reinhart y Rogoff si en lugar de tomar el crecimiento medio nos fijábamos en el crecimiento mediano: incluso con los errores de cálculo, era público que los países con una deuda superior al 90% sobre el PIB exhibían un crecimiento mediano del 1,6%. Por consiguiente, realmente los cambios de fondo que afectan a la elaboración de las políticas económicas no son tantos.
Acaso por ello la batalla se esté librando en el campo de la propaganda: los austerófobos pretenden difundir la muy falaz idea de que todos los planes de austeridad de la Comisión Europea elaborados desde el año 2010 se basaban en ese refutado estudio y que, por tanto, a partir de ahora se quedan absolutamente huérfanas. Y es verdad que en diversas ocasiones la Comisión ha citado con aprobación el paper de Reinhart y Rogoff (ése y algunos otros, conste) a modo de sólido respaldo de su política de contención del déficit, sobre todo porque les permitía ofrecer un caramelo cuantificable a las sociedades europeas sobre los beneficios a largo plazo de sus impopulares programas de austeridad (en realidad, los beneficios de una verdadera austeridad estatal son otros mucho más difíciles de sintetizar en una cifra comercializable). Pero no deberíamos confundir el que Europa busque argumentos académicos para respaldar sus decisiones políticas con que esas decisiones políticas estén realmente basadas en tales argumentos académicos.
En general, la Comisión Europea exige austeridad en virtud del Pacto de Estabilidad y Crecimiento ratificado en 1997: dado que estamos en crisis, se ha concedido una prórroga a todos los países europeos para que terminen regresando a medio plazo a unos déficits por debajo del 3%. En particular, y aquí está lo mollar, la Comisión ha ido monitorizando planes presuntamente intensivos de reducción del déficit conforme iba rescatando países incapaces de financiarse en los mercados debido a su propio sobreendeudamiento: primero vino el descalabro financiero y luego la intervención concursal. ¿O acaso se nos dirá que la culpa de la gigantesca deuda pública de Grecia, del milmillonario agujero bancario irlandés o de la improductiva economía lusa ha sido de Reinhart y Rogoff?
No, ni mucho menos. Tampoco, por cierto, en el caso de España, país que aunque no ha sido completamente rescatado sí ha tenido que recibir varias muestras de apoyo del BCE para seguir financiándose. Recordemos que, según el discurso oficial, la teutona austeridad comunitaria invadió nuestro país en mayo de 2010, con el primer tijeretazo de Zapatero. Pues bien, por aquellas fechas la deuda pública española alcanzaba el 56% del PIB: ¿cómo iba un estudio que alertaba sobre las nocivas consecuencias de rebasar el 90% dictaminar en lo más mínimo las prescripciones de austeridad para una economía tan claramente por debajo? De ningún modo, porque es evidente que no lo hizo.
En Europa, señores, la austeridad no viene impuesta por estudio académico alguno, sino por consideraciones mucho más primarias: la periferia europea se ha sobreendeudado de tal manera que muy pocos confían en su solvencia; y Alemania, la única con capacidad para prestarnos y prolongar unos años más nuestra insostenible situación, no tiene intención de hacerlo sin frenar la hemorragia. El problema, pues, no son Reinhart y Rogoff, sino los países europeos que han agotado su margen de endeudamiento, y el único potencial prestamista, Alemania, no quiere desplumar a sus contribuyentes asumiendo todavía más riesgos a favor de unos deudores hechos unos zorros.
La disyuntiva, por tanto, es clara al margen de cualquier estudio: no hemos de elegir entre austeridad para crecer más en el futuro y despilfarro para crecer más en el presente, sino entre austeridad para evitar la suspensión de pagos y ruptura del euro para oficializar la suspensión de pagos. O somos Alemania a largo plazo o Argentina a corto plazo. Por desgracia, para los cínicos austerófobos el largo plazo no cuenta (ya saben, "todos muertos"), de ahí que, con tal de argentinizarnos y regresar a la fiesta del endeudamiento inflacionista, estén incurriendo en manipulaciones y tergiversaciones mucho más descaradas que las que puede contener el paper de Reinhart y Rogoff. No, como digo, la realidad es mucho más sencilla: la periferia europea quiere seguir viviendo de prestado y el Norte (y cualquier otro ahorrador de este planeta) se niega a prestarle si antes no reconstruye su solvencia sobre bases sólidas. En medio de esta tensión política y económica con aires de concurso de acreedores era y seguirá siendo del todo irrelevante que el crecimiento potencial a largo plazo de los países sobreendeudados se reduzca, o no, una vez sobrepasado el 90% de deuda. No deja de ser triste que, tras siete años de crisis y cuatro de impostada austeridad, todavía no seamos conscientes de por qué hemos de apretarnos el cinturón y, como niños inmaduros, sigamos buscando chivos expiatorios en el exterior (Bush, Madoff, Merkel, Goldman Sachs, Draghi y, ahora, Reinhart y Rogoff). Desde luego, no tenemos remedio.