En las últimas fechas el Gobierno ha imprimido un giro de 180 grados a su discurso económico. Durante su primer año de mandato Rajoy incidió en la necesidad de aplicar políticas de austeridad para reducir el abultado déficit público que dejó en herencia Zapatero, si bien el manido concepto de austeridad ha sido interpretado erróneamente por el PP, ya que el grueso de los ajustes realizados en 2012 ha consistido, básicamente, en disparar la fiscalidad a familias y empresas para tratar de mantener el sobredimensionado gasto público. Sin embargo, la prolongación de la recesión, las negativas perspectivas de la economía europea y la histórica brecha fiscal que siguen presentando las cuentas públicas, con un agujero del 10,6% del PIB en 2012, han hecho que Moncloa abrace, con mayor convicción si cabe, los postulados del keynesianismo, bajo el falaz argumento de que la austeridad pública –inexistente hasta el momento– agravará aún más la crisis. Es decir, tras el primer año de legislatura popular, los recortes no están ni se les espera.
En primer lugar, es importante señalar que el sustrato ideológico que desprende Mariano Rajoy encaja mucho más con el perfil de François Hollande que con el de la mandona y antipática canciller Merkel, quien no se cansa de recordar a los manirrotos Estados del sur que la única receta eficaz contra la crisis de deuda consiste en la combinación de austeridad y reformas estructurales. Prueba de ello es el discurso que pronunció en la Junta Directiva Nacional del PP del pasado día 3:
Queridos amigos, creo que el pasado año todos, todas las Administraciones públicas y los gestores han hecho un gran esfuerzo, comunidades autónomas y corporaciones locales. Y lo agradezco. Esto es muy duro y lo sabéis, porque significa tomar decisiones que son ingratas, que son difíciles, que afectan a la vida de las personas.
Dicho de otro modo, los escasísimos recortes de gasto aprobados durante 2012 se adoptaron en contra de la auténtica voluntad y espíritu de los populares. A Rajoy no le gusta un pelo la austeridad –bien entendida–, pero no le quedó más remedio que aplicar algunos ajustes impopulares –en un amplio sentido del término– para evitar el default. Entonces, ¿qué es lo que le gusta realmente al presidente? Gastar.
A todos nos gusta hacer carreteras, hacer hospitales, hacer colegios, inaugurarlos y que nos aplaudan.
El problema es que, dada la calamitosa situación de las cuentas públicas, Rajoy no pudo gastar el pasado año tanto como desearía.
Este no es el momento de hacer estas cosas, este es el momento de sanear la economía española y sentar las bases para poder hacerlas en el futuro. Cualquier otra política distinta sería una enorme irresponsabilidad y un engaño al conjunto de los españoles.
Correcto, siempre y cuando Bruselas no amplíe el margen de déficit permitido a España o bien no sean otros los que sufraguen tales dispendios. La cuestión es que esto es, precisamente, lo que en estos momentos está reclamando el Gobierno a las autoridades comunitarias. A mediados de marzo, Rajoy redobló el pataleo para obtener de la Comisión Europea un mayor objetivo de déficit de cara a 2013, desde el 4,5% hasta un nivel próximo al 6% del PIB. Asimismo, pocos días después, el presidente reclamó públicamente la necesidad de cambiar los estatutos del BCE con el único fin de que dicho organismo abra sus compuertas de par en par para comprar masivamente, y sin condiciones previas, deuda pública de España.
Así pues, es evidente cuál es la nueva estrategia del PP. En primer lugar, suavizar los ajustes en la medida de lo posible, no tanto para impulsar la recuperación –cosa que es imposible–, tal y como argumentan, sino para minimizar el coste electoral de los recortes de cara a las elecciones autonómicas y generales de 2015: España acaba de entrar en precampaña electoral. Y, en segundo término, apostar por la monetización de deuda al estilo de EEUU, Reino Unido o Japón, para que los Gobiernos periféricos no sólo no reduzcan su gasto sino que incluso puedan incrementarlo.
De hecho, y dado que Moncloa confía en que Bruselas elevará el margen de déficit autorizado hasta el 6%, al Gobierno le ha faltado tiempo para anunciar a bombo y platillo nuevas medidas de estímulo keynesiano, tal y como le gusta a don Mariano. Ahí está el plan de rehabilitación de viviendas que acaba de aprobar Fomento (2.300 millones de euros), el reparto de ingentes subvenciones por parte de Industria (2.800 millones), la devolución de la paga extra eliminada a los funcionarios, la aplicación de un déficit a la carta para las CCAA o la posibilidad de que los ayuntamientos con superávit destinen ese excedente presupuestario a la construcción de obra pública, entre otras medidas.
En definitiva, el actual discurso de Rajoy se traduce, simplemente, en más déficit y más deuda.