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Carmignac advierte a Hollande de que su política económica es "suicida"

Edouard Carmignac, fundador de la prestigiosa sociedad de gestión, le pide que reduzca el tamaño del Estado.

Edouard Carmignac, fundador de la prestigiosa sociedad de gestión, le pide que reduzca el tamaño del Estado.

Edouard Carmignac fundó Carmignac Gestion en 1989 y la ha convertido en una de principales sociedades de gestión independientes de Europa. En un carta abierta dirigida este miércoles al presidente de la República de Francia, Françios Hollande, el prestigioso gestor de fondos arremete con dureza contra su política económica y, sobre todo, fiscal.

El Gobierno francés, en contra de las previsiones exteriores como la del FMI, se reafirma en su idea de que este año su país escapará a la recesión, aunque sea por poco, y en que para lograrlo no aplicará ajustes suplementarios, al tiempo que pidió ayuda a Alemania para reactivar la actividad en Europa. Sin embargo, Hollande, que rechaza frontalmenta la estrategia de austeridad y reformas estructurales impulsada desde Alemania, recibe fuertes críticas por parte de Carmignac. A continuación, su misiva:

Señor Presidente,

Hace apenas nueve meses, aplaudía su elección y la oportunidad histórica que se le presentaba para reformar nuestro país en profundidad con un amplio respaldo del conjunto de la sociedad. 

Asimismo, me permitía alertarle de las funestas consecuencias que podrían tener los primeros proyectos anunciados por su Gobierno. Puesto que no se me escuchó, me veo en la obligación de expresarle mi convicción de que si se mantiene el actual rumbo Francia se verá arrastrada a una triple crisis económica, política y moral.

La actividad se ha debilitado mucho más de lo que anunciaban las tranquilizadoras previsiones de su Gobierno y nuestra estimación de una caída del PIB cercana al 1% este año no facilitará ni la estabilización del desempleo ni la reducción del déficit presupuestario. ¿Acaso resulta tan sorprendente? El Sr. Eyrault ha tomado la desafortunada decisión de no reducir el tren de vida del Estado y de intentar atajar el déficit público presionando fiscalmente a las familias y las empresas.

Utilizar el gasto público como mecanismo estabilizador en caso de ralentización coyuntural puede tener sentido, y financiar esta carga adicional mediante un gravamen temporal a las rentas más altas no deja de ser razonable. Pero negarse a proponer un plan creíble de reducción del dispendio del Estado en una economía condenada a un crecimiento perdurablemente lento por su débil nivel de competitividad, con un gasto público que alcanza el 57% del PIB y que los impuestos sólo cubren en un 90%, resulta suicida.

Así, la crisis de confianza generada por la huida hacia delante de las finanzas públicas provoca efectos en cadena difícilmente controlables. ¿Cómo animar a las familias a consumir mientras prevalezca el miedo a los impuestos y al paro? ¿Cómo animar a los empresarios a invertir en un mercado interno que ofrece escasa visibilidad si al mismo tiempo se les convierte en blanco de una fiscalidad confiscatoria? La tentación del exilio cobra fuerza y no sólo para las cúpulas directivas de nuestras empresas, sino también para nuestros jóvenes licenciados, dificultando así la futura recuperación.

Señor Presidente, la embriaguez del sector público no es culpa suya. Francia es el único país desarrollado en el que el incremento del número de funcionarios excede el crecimiento del empleo en el sector privado desde 1987. Su control se convierte en una cuestión de moralidad y de salud pública, pues lo justo es que el esfuerzo de la recuperación de la competitividad sea compartido por todos y, además, resulta inconcebible que la actividad mejore si no se aplica un programa de reformas creíbles que permitan poner fin a la austeridad.

Dotémonos de un Gobierno valiente y visionario. Nuestro país cuenta con numerosos activos para hacer frente al atolladero que nos amenaza, y entre ellos destacan excelentes empresarios que con demasiada frecuencia han sido objeto de persecución en estos últimos meses. Pero el tiempo apremia. La aceleración de la historia europea está en marcha y el descrédito que sufre la clase política italiana debe invitar a la reflexión.

Con esta esperanza, Señor Presidente, reciba mis más cordiales saludos.

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