Cuando haya pasado la tormenta chipriota seguirán quedando tres hechos: Europa representa el 7% de la población, el 25% del PIB y el 50% del gasto social del mundo. Son cifras que recuerda Merkel para ilustrar el problema del que, al parecer, sólo ella es consciente. Debe de ser más fácil tirar de demagogia en la defensa de los beneficiarios de unos países montados sobre una pirámide financiera propiciada por la confianza en una moneda que aquéllos no se responsabilizan en sostener.
La liquidación del Banco Popular de Chipre, segunda institución crediticia del país, y la radical reestructuración de la primera, el Banco de Chipre, con la protección de los depositantes asegurados y la quita sustancial impuesta a los tenedores de depósitos superiores a 100.000 euros a cambio de un rescate de los contribuyentes europeos de 10.000 millones de euros, eran inevitables. Es la enésima confirmación de que los hechos van por delante del derecho: la buscada unión bancaria, con supervisión única, ha empezado a funcionar antes de estar consagrada en los tratados.
El acuerdo, fruto de un ultimátum de París y Berlín a Nicosia, responde a la voluntad clara de la UE de ir acabando con el riesgo moral que hizo pagar rescates nacionales y bancarios a los ciudadanos de todo el continente.
Establecido en octubre del año pasado para ocuparse de las necesidades financieras de estabilización de un Estado o de su sistema crediticio, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) será el encargado de pagar la parte del rescate que pone la UE (más del 50%). Exigir también algo a los que hasta ayer se beneficiaban de esos bancos quebrados para sangrar menos a los contribuyentes de terceros países que nada tuvieron que ver con ello es, por mucho que les pese a los súbitos defensores de extrañísimas causas, normal.
El ministro de Exteriores alemán escribía recientemente: "Europa [está] ante la siguiente alternativa: o bien continuamos con la política basada en la combinación equilibrada de (...) solidaridad, crecimiento a partir de una mayor competitividad y consolidación financiera, o bien volvemos a caer en la antigua y fracasada política de endeudamiento". Algunos tienen muchas ganas de seguir entrampando a las generaciones futuras a cambio de no poner remedio hoy, mediante la restricción del gasto público y el saneamiento de los bancos, a las malas inversiones que lastran la prosperidad y el crecimiento de Europa. Los más lo hacen porque se juegan su existencia política. Y los demás son sus tontos útiles.