Tanto reclamó la izquierda que la solución para Chipre era dejar quebrar a los bancos, como supuestamente se hizo en Islandia, que al final la Troika parece haberle hecho caso. Así, en el acuerdo de no rescate cerrado ayer por la noche, se pactó que los accionistas de los bancos lo pierdan todo, los bonistas también, y que finalmente los depositantes de más de 100.000 euros sufran una quita cercana al 40%, que les será compensada con nuevas acciones de las entidades financieras (con lo que se convirtirán en los dueños de los bancos chipriotas).
Imagino que a estas alturas todos los indignados patrios estarán aplaudiendo a Alemania por, finalmente, aplicar la medicina islandesa en Chipre. ¿O qué otra cosa pensábamos que significaba aquello de "¡Dejemos quebrar a los bancos!"? Pues simplemente que las pérdidas de sus carteras de inversiones y préstamos (el activo) se trasladan íntegras, y según los órdenes de prelación preestablecidos, a sus financiadores: accionistas, bonistas júnior, bonistas sénior y depositantes. Acaso algunos descubran hoy que "dejar quebrar a los bancos" no es un procedimiento que le salga gratis al ciudadano de a pie.
En cualquier economía, los principales agentes que proporcionan financiación a los bancos son gente como usted, estimado lector; como sus vecinos, sus familiares y sus amigos. Es decir, los depositantes. En el caso de Chipre, los depositantes no es que fueran los principales inversores en la banca, es que eran prácticamente los únicos. Motivo por el cual una vez el Gobierno griego impagó su deuda pública (tal como los syrizófilos nacionales y extranjeros le imploraban) los bancos chipriotas, que la habían adquirido en grandes cantidades, se toparon con un monumental agujero que trasladaron a sus acreedores, entre ellos y de manera destacada los depositantes.
Claro que tal vez a estas alturas de la película los mismos que habían tomado las calles protestando contra la socialización de pérdidas intrínseca al rescate de la banca española sacralicen una análoga socialización de pérdidas para la isla mediterránea: a saber, que el parado soriano o malagueño paguen, a través de ese monstruoso 21% de IVA, las pérdidas de los oligarcas rusos con depósitos en Chipre. Desde luego, no parecería lo más coherente, pero cuando se trata de protestar indignadamente tanto valen una privatización o una socialización de pérdidas.
Es verdad que a nadie le gustaría estar en la posición de los depositantes chipriotas con más de 100.000 euros. De hecho, a nadie debería gustarle vivir en un sistema bancario tan poco respetuoso con la propiedad privada como el actual. Pero una privatización de las pérdidas derivadas de ese perverso esquema financiero siempre será más justa que una socialización de las mismas. Mejor Chipre que Irlanda, por mucho que ello deje al ciudadano con una fuerte sensación de incertidumbre. Y es que la única forma de proteger nuestros ahorros no pasa por confiar nuestra hacienda y nuestra libertad a los políticos: la principal responsabilidad sobre cómo manejar nuestro patrimonio es nuestra. Chipre nos ha mostrado que los supervisores no son infalibles (a decir verdad, esto ya lo habíamos descubierto con nuestro Banco de España) y que el Estado no va a ser capaz siempre de cubrir nuestros errores con dinero ajeno. Quien tiene un patrimonio no puede aspirar a que el Estado se lo blinde frente a cualquier contingencia; y si lo espera, si hace dejación de sus responsabilidades y abraza una fe ciega en los gobernantes de turno, que luego no proteste cuando los descubiertos en cuenta hagan su aparición. La integridad personal se demuestra asumiendo los errores propios, no cargando el muerto a los demás.
En suma, si hay alguna lección que asimilar en el caso de Chipre es ésta: aprenda a cuidar sus ahorros y no encomiende su protección ni a rescates estatales ("pagará el contribuyente") ni a quiebras a lo islandés ("pagarán los capitalistas extranjeros"). La demagogia sale gratis; las malas inversiones personales, no.