Nunca antes los despachos previos fueron tan decisivos. Mariano Rajoy, en su intento de no bajarse de la locomotora comunitaria, se cargó de reuniones nada más llegar a Bruselas. Primero, a tres bandas con sus ya aliados naturales: el francés François Hollande y el italiano Mario Monti. Una hora de trabajo para constatar que en lo esencial están unidos, y que había que iniciar el pulso.
El gabinete español fue, en todo momento, cuidadoso en las formas, pero duro en el fondo. Sus líneas rojas fueron claras: no meter la tijera, al menos no de forma drástica, en las partidas relativas a políticas de cohesión, ayuda a la agricultura -la denominada PAC- y el plan contra el paro juvenil. Sobre este último capítulo, un ministro económico fue taxativo: “Vamos a pedir más pasta para el desempleo juvenil”. El miembro del gabinete estuvo en Berlín esta misma semana, y en él abordó el peliagudo asunto: “Alemania sabe que estamos haciendo muchos esfuerzos, y que nos merecemos una ayuda”. Esta ayuda sería obtener un tercio del fondo a este cometido, esto es, 900 millones de los 3.000 presupuestados, si es que no sufre modificaciones.
La tarde del jueves fue intensa. Rajoy despachó con sus asesores en el área española. Recibía papeles de una y otra delegación, se hacían las consultas correspondientes a Madrid, y se volvía a entablar la negociación. Poco antes de que diera inicio el Consejo se confirmaban dos últimos despachos: con el presidente del Parlamento comunitario, Martin Shulz, y con la canciller alemana, Angela Merkel. En menos de una semana se veían dos veces, pero ambas partes lo consideraron esencial para desbloquear las cuentas comunitarias.