En Bruselas, fuentes diplomáticas se debatían entre azuzar el fantasma de un fracaso, apelando a la mala imagen que ello proyectaría, o restarle drama a dicha posibilidad, explicando que, en caso de que la cumbre se cerrase en falso, se prolongarían los presupuestos de 2013. "Al fin y al cabo, ¿qué es peor?", preguntaba una fuente conocedora de las negociaciones de los últimos meses. “¿Un marco financiero de pena, o seguir tirando con lo que teníamos hasta ahora, que, al fin y al cabo, es mucho más de lo que están peleando Cameron y compañía?”.
Opiniones o valoraciones aparte, y con las puertas de la sala donde se cocinaban los acuerdos cerradas, la realidad es que, en caso de que los Veintisiete consiguieran cuadrar las cuentas para los próximos siete años, su presupuesto no sería más que papel mojado sin la luz verde del Parlamento Europeo. El músculo político de la Unión, a sólo unos metros del edificio donde los líderes debaten estos días y pelean cada línea presupuestaria, tiene, por tanto, potestad de tumbar unas cuentas que considere no estén en sintonía con las prioridades políticas. Y su presidente, Martin Schulz, dejó claro este jueves que no aceptaría un presupuesto deficitario que fuera "una carga para futuras generaciones".
Convirtiendo a Cameron en diana de sus iras institucionales, el presidente de la Eurocámara arremetió ante la prensa contra los países que pudieran "doblegarse a la voluntad de uno solo" y cuestionó incluso la importancia de la opinión de Londres. “Al fin y al cabo, ¿cómo va a imponernos nuestras cuentas un país que ni siquiera sabemos si será miembro de la UE en 2020?", observó Schultz después de su ronda de contactos con varios dirigentes.
Tras la dialéctica de este bronco alemán, hay una cámara de más de 700 diputados en la que los principales grupos políticos a derecha e izquierda ya han expresado su disposición a boicotear, en caso de que fuera necesario, las cuentas retocadas por el tijeretazo de Van Rompuy. Lo harían pidiendo un voto secreto para evitar presiones desde las capitales y tumbarían sin empacho toda propuesta que no esté en concordancia con sus exigencias.
Por su parte, todavía en el primer asalto de las negociaciones, y tras una cumbre fallida y varios meses de contactos entre Gobiernos, Van Rompuy se afanaba por conciliar posturas esgrimiendo el argumento de que los más de 900.000 millones de euros –las cantidades barajadas no llegan, en ningún caso, al billón- son prácticamente "cacahuetes", como suelen referirse los angloparlantes al “chocolate del loro”.
También trató de contentar a los que potencialmente podrían sufrir más el golpe con unas cuentas demasiado frugales proponiendo un fondo para paliar el problema del paro juvenil, un guiño a España y Grecia que, sin embargo, tiene más significado simbólico que trascendencia real (se habla de hasta 5.000 millones de euros a repartir entre 28 países durante 7 años).