La guerra del techo de la deuda, que inició esta novela por entregas en agosto de 2011, ha desembocado en este imperio contraataca dirigido por Obama, pero la saga no hace sino empezar.
Estados Unidos tiene un déficit del 7%, una deuda del 102% –en relación con una media histórica del 52% – y unos específicos gastos sanitarios y de pensiones públicos insostenibles. La norma aprobada no varía estas cifras. Lo decidido significa posponer la reducción de gastos al menos dos meses y aumentar impuestos. Lógico que tanta creatividad entusiasme a medio mundo bursátil.
Se incrementa el tipo impositivo superior, de 35% a 41%, para personas con ingresos mayores a 400.000 $. Se aplicará también a pequeñas y medianas empresas que tributan de esta manera. Como las compañías no pagan impuestos (lo hacen sus clientes, a través de los precios, o sus empleados, al ser puestos en la calle o reducirse su salario) desincentiva doblemente el crecimiento. Las sucesiones pasan al 40%, con un mínimo exento. Las rentas de capital al 23,8%, en contraste con el 0% de Holanda. Las cotizaciones sociales del empleado al 12,4%, más una sobretasa ObamaCare del 0,9% para aquellos con ingresos superiores a 200.000 $.
Mientras la ley aprobada recaudará 600.000 millones en 10 años, según las prospecciones, la alternativa era la entrada en vigor inmediata del incremento de impuestos y reducción de gastos por 600.000 millones en un año. Los dispendios se limitaban particularmente en defensa pero también en entitlements, la colección de subsidios que configura en Estados Unidos el estado del bienestar. Los recortes se demoran ahora al menos dos meses. El radical Krugman lo considera el único aspecto positivo del acuerdo. ¿Por qué Obama rechazó la propuesta original de Boehner que le daba 800.000 millones en ingresos, la mitad de los 1,6 billones que proponía él? Para poder extender algunos gastos concretos como los destinados a financiar deducciones para Hollywood, exenciones para empresas medioambientalistas y prestaciones ampliadas a desempleados.
Es la enésima demostración de que el estado del bienestar es irreformable salvo ante la quiebra inminente. No se olvide que Bernanke sostiene la economía americana imprimiendo moneda. Ningún político tomaría medidas impopulares hoy para impedir catástrofes pasado mañana. Es el drama de Occidente. Veremos a finales de febrero cuando se agoten las argucias contables que permiten retrasar el aumento del saldo vivo de la deuda. Obama, en su desmedida arrogancia, quería fijarlo él cuando se trata de una competencia típicamente parlamentaria. Ya no podrá amenazar al Congreso con la espada de Damocles de subidas de impuestos generalizadas. Tratará de intimidar con la suspensión de pagos del gobierno, pero es su gobierno, sus gastos, su déficit.
Es triste ver a Estados Unidos incapaz de ser fiel a la razón, la historia y sus tradiciones. Bajar gravámenes estimularía el crecimiento, requisito esencial para resolver la situación, junto con una racionalización y elección de los gastos sociales que las naciones contemporáneas delegan en sus poderes públicos.