Cuarenta años después de su entrada en un club por entonces sólo económico, Irlanda toma en este comienzo de año el timón de una Unión Europea en proceso de restauración. El país que siguió a Grecia y precedió a Portugal en la lista de rescatados conducirá un semestre de grandes retos, en el que la UE trabajará por reinventarse hacia una mayor unión y en el que los Veintisiete pelearán por cuadrar sus cuentas en tiempos de crisis.
Cuando España ejerció, durante el primer semestre de 2010, la primera presidencia "deslucida" -desde su "trono" permanente, inevitablemente Van Rompuy estaba llamado a robarle los focos a la capital de turno-, la pregunta más repetida por la prensa europea hacia el entonces presidente Zapatero apuntaba hacia una "Spain in danger" (España en peligro). Por entonces, con el euro dando los primeros pasos hacia su blindaje para emergencias y en pleno debate sobre la creación de una hucha para países en apuros (la que después se convertiría en el fondo de rescate), preocupaba que España pudiera precipitarse hacia el abismo por el que ya se había deslizado Grecia. Chocaba la contradicción de que el país en apuros pudiera pilotar una UE en vuelo de emergencia.
Hoy, en cambio, tres años más tarde, y después de haber visto desfilar por la presidencia a la atribulada España, a la desgobernada Bélgica o a la rescatada Chipre, nadie se extraña de que uno de los alumnos bajo vigilancia de la Troika, la Irlanda que tomó prestados de la UE y del Fondo Monetario Internacional 85.000 millones de euros en 2011, sea el llamado a guiar Europa durante seis meses. El propio embajador irlandés aseguraba a final de año a la prensa en Bruselas que su país aspiraba a a convertirse en el primero en regresar a los mercados después de un rescate. Y el mismo Primer ministro Enda Kenny se autorretrata como "el país de la recuperación que liderará la agenda de la recuperación".
Percepciones a parte, los retos que se apilan en el despacho de Kenny son enormes. Europa deberá quitarle los andamios a su unión bancaria, además de poner en marcha el tantas veces prometido viraje hacia una mayor unión política y fiscal, empresa nada fácil en la que la UE en general y el euro en particular fían el fin de todos sus males y la consiguiente prevención de nuevas crisis.
Además, desde el mismo estreno del 2013, Irlanda deberá lidiar con las demandas de los Veintisiete para cuadrar el presupuesto de los próximos 7 años. Mientras que Bruselas y sus instituciones abogan por inflar el gasto en busca de obtener crecimiento, algunas capitales como Londres y Berlín buscan imponerle a Europa la receta de la austeridad que han tenido que aplicarse en casa. Entretanto, grandes países como España o Francia pelean por conservar sus subsidios agrarios, de enorme importancia para sus regiones. Tras un primer intento fallido el pasado mes de noviembre, el primer trimestre de 2013 verá una nueva batalla en torno al cómo gastar de aquí a 2020 el billón de euros de las arcas europeas.
También habrá que seguir la pista de la prometida legislación sobre protección de datos (la actual es del 95, cuando apenas el 2% de los hogares europeos tenía internet).
Nubes en el horizonte
Irlanda afronta todo ello, en palabras de su prémier, "con un gran músculo", pero también en medio de una atmósfera política enrarecida a conciencia por parte del Gobierno de Merkel, para el que la prioridad son las elecciones del próximo otoño y al que no conviene, por tanto, hacer mucho alarde de solidaridad hacia los "despilfarradores" del Sur.
De forma más inmediata, otra cita con las urnas que podría dominar el debate europeo será la que espera a los votantes italianos entre las soflamas populistas de Berlusconi y la calma que promete la agenda del favorito de Bruselas, el antes etiquetado de "tecnócrata" y hoy de "centrista", Mario Monti.