Desde los deseos de integración europea esgrimidos el viernes de madrugada por el presidente del Gobierno, hasta los grandes brindis al "espíritu de Oslo" con el que Bruselas se refiere al salto hacia una Europa más integrada y solidaria, la UE, aun con paso renqueante, está poniendo estos días las primeras piedras hacia una mayor unión política, bancaria y fiscal. Las nuevas reglas, cuya ambición ha sido deliberadamente descafeinada por Merkel, deberían, en palabras del presidente francés, poner fin a la "Europa del espectáculo".
Cumbres de urgencia, jornadas vertiginosas en los mercados y broncas entre hermanos europeos aireadas en todas las portadas. El circo al que hacía alusión el socialista Hollande de manera directa, y de forma velada el presidente Rajoy al subrayar los "avances" y el "diálogo" por encima de las "lógicas" diferencias entre los Veintisiete, ha hecho tregua en esta última cita europea del año.
El empeño europeísta por establecer la cacareada "hoja de ruta" -minada de buenas intenciones y calendarios diluidos, pero también de hitos importantes como el del supervisor de bancos- habrá silenciado la gresca exhibida en anteriores ediciones, pero no ha eclipsado los intereses nacionales. De hecho, la mano de la canciller alemana, y la preocupación electoral que va a guiar su política de aquí al próximo otoño, sigue estando detrás de que algunas de las propuestas más ambiciosas hayan perdido fuelle. Es el caso de la creación de un presupuesto de la zona euro, una suerte de airbag para situaciones de crisis que, según fuentes alemanas, no verá la luz en un futuro próximo. En todo caso, no a tiempo para paliar los golpes de esta crisis.
En todo caso, los líderes insisten en que la Europa solidaria y fuerte está en marcha y se felicitan de cuánto ha avanzado Europa concretamente en el último año. "Hace unos meses, estos logros eran impensables", celebraba el presidente del Consejo Herman Van Rompuy.