El Gobierno se muestra muy contento por que el Banco Central Europeo vaya a encargarse de supervisar más del 80% del sistema crediticio español. A mí, por el contrario, me parece una noticia bastante triste, no por cuestiones de nacionalismo mal entendido, ni mucho menos, sino porque el Banco de España estaba considerado el mejor supervisor del mundo; hasta que llegó Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que junto con José Luis Rodríguez Zapatero acabó con esa reputación.
No olvidemos que todo esto de que el BCE pase a supervisar a la gran mayoría de bancos y cajas de ahorros españoles se debe a la crisis económica y financiera que ha provocado la burbuja inmobiliaria, y que ha dejado al borde de la quiebra a buena parte de las cajas. No olvidemos tampoco que las cajas han estado bajo control político y sido gestionadas por ellos, o por personas nombradas por ellos, con criterios que, en la mayoría de los casos, distaban mucho de las buenas prácticas de prudencia que deben caracterizar el negocio bancario. Los políticos metieron a las cajas de hoz y coz en la financiación de planes políticos sin beneficio económico alguno, como el aeropuerto de Castilla-La Mancha, o en la concesión sin límites de créditos hipotecarios y a promotores, muchos de los cuales eran amigos o allegados de esos mismos políticos; esas prácticas dieron lugar a la burbuja inmobiliaria y a la posterior crisis económica, financiera y social. Los políticos que no quisieron que el BCE se encargara de la supervisión de los bancos españoles hoy son los que piden que lo haga para salvar a las cajas que ellos condenaron.
Hasta que Mafo llegó al Banco de España, esta institución, bajo la dirección de Jaime Caruana, había evitado que los bancos y cajas españoles se vieran implicados en la crisis financiera internacional desencadenada a raíz del estallido de la burbuja de las hipotecas subprime en Estados Unidos. Asimismo, estaba actuando –mediante los instrumentos de supervisión a su disposición– para frenar el desarrollo de la burbuja inmobiliaria y conseguir un aterrizaje suave, en vez de que la burbuja estallara. Llegó Mafo al banco y acabó con todo esto, dejando a las cajas plena libertad para hacer lo que quisieran en materia de créditos hipotecarios y a promotores, mientras el Gobierno, responsable último de la supervisión bancaria, miraba para otro lado, porque Zapatero estaba encantado de exhibir cifras de crecimiento económico y creación de empleo tan astronómicas como faltas de base real. Si la política no hubiera interferido en la labor del Banco de España, que sabía muy bien lo que tenía que hacer, hoy no estaríamos hablando de la crisis del sistema financiero, ni de que la mayor parte del mismo vaya a quedar bajo la supervisión del BCE. Por supuesto, en una unión monetaria esto tiene toda la lógica, pero la razón por la que se hace no es esa, sino que la clase política ha llevado a la ruina el sistema crediticio, acabado con el bien ganado prestigio del Banco de España y sido incapaz de gestionar de forma adecuada el sistema financiero; y hoy no quiere pagar las consecuencias de la gravísima crisis que ha provocado. Así las cosas, no creo que debamos felicitarnos por que el BCE pase a supervisar nuestros bancos y cajas; más bien deberíamos llorar con amargura, por haber dejado a nuestros políticos hacer lo que han hecho.