No daban las diez de la mañana cuando el presidente abandonaba a toda prisa el Congreso de los Diputados. Cumplido el trámite parlamentario, se encerraba en su despacho de la Moncloa para preparar un Consejo Europeo que "debe cristalizar" los acuerdos verbales alcanzados en junio y octubre. Esto es, la unión fiscal y bancaria que España pide para dar solución a los problemas de deuda, y que define como el único mensaje posible para dejar clara irreversibilidad del euro.
El Ejecutivo asegura que acude a la última cumbre de 2012 con los deberes hechos. Su programa de reformas, destacan varios ministros consultados, cuenta con el aval público y reiterado de las instituciones de la UE, que -según la lectura gubernamental- acabarán cediendo para que el déficit sea más próximo al 7% que al 6,3% todavía fijado oficialmente. Una carta de presentación con la que presionar para que se cumplan los deberes también por el lado comunitario: "España ha hecho lo que debía, ahora le toca el turno a Bruselas", en opinión de un miembro del gabinete.
Las previsiones son halagüeñas. Mariano Rajoy cree, por ejemplo, que ha calado la necesidad de dar un golpe seco en la mesa para que un periodo electoral, como el que en breve se desarrollará en Italia, deje de provocar convulsiones bursátiles como la del lunes, cuando la prima de riesgo española llegó a aumentar 20 puntos. "Esto no puede ser así y demuestra que tenemos que diseñar, entre todos, instrumentos que den certidumbre y que no conviertan unas elecciones en una prueba de fuego".
Con la crisis de Roma como ejemplo y la perspectiva de un cierre de año "terrorífico" si los líderes de la unión salen de la cita del jueves al viernes sin un papel claro sobre hacia dónde se dirige la unión, la delegación española aspira a que el supervisor bancario común quede concretado, amén de dar "un impulso político" a la integración fiscal. "Habrá que perder soberanía y habrá que ser solidarios, pero todos saldremos reforzados", es una de las ideas que la Oficina de Exteriores utiliza para convencer al resto de países en los compases finales de la negociación. Incluso ven síntomas claros de que Angela Merkel y los temidos países de la triple A no pondrán impedimentos "insalvables".
Moncloa mantuvo este martes los contactos a todos los niveles. Y en ellos participó Rajoy, sin agenda pública salvo su breve paso por la Cámara Baja. Una de las llamadas obligadas fue a Luis de Guindos, titular de Economía y su hombre fuerte en Bruselas. El ministro participó en un Eurogrupo llamado a servir de trampolín a los jefes de Estado y de Gobierno, y en el que España planteó la idoneidad de incluir en el calendario de acción fechas concretas, a modo de plus de certidumbre.
"La presión está siendo enorme"
Mientras que Rajoy le pide a la UE una respuesta contundente y, sobre todo, ágil, en Bruselas, fuentes diplomáticas que trabajan en la preparación del Consejo aseguran que se está avanzando "a la velocidad de la luz". "Lo que pasa es que las capitales están demasiado centradas en los titulares", argumentan afeando los numerosos "peros" de Berlín al supervisor bancario que la semana impidieron un acuerdo.
El sí a profundizar en la unión bancaria que los Veintisiete corearon en junio ha ido perdiendo fuelle con los meses. Tanto, que 24 horas antes de la puesta de largo de esa Europa de cuentas claras y políticas económicas coordinadas con la que los líderes llevan meses soñando, los ministros económicos tuvieron que volver a reunirse para acortar el abismo que les separa.
Pese a la desgana exhibida por Londres a que sus bancos se sometan a la lupa de la zona euro y de Berlín de que ese mismo vigilante se entrometa en las cuentas de sus cajas, fuentes diplomáticas sostienen que habrá acuerdo. "Aunque sólo sea porque el jueves llegan los jefes", ironizan. Más aún, ante "el riesgo" de que los líderes se presenten al cierre de la reunión con las manos vacías e incapaces de presentar en sociedad a su famosa unión bancaria, explican las fuentes, la presión "está siendo enorme".
El presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, se unió al coro de esa presión clamando desde el Europarlamento que "es crucial alcanzar un acuerdo". Los grupos políticos, en cambio, exhibieron un claro escepticismo durante un debate durante el que el combativo liberal Verhofstadt pidió incluso "desconvocar una cita ridícula". "Está a tiempo de ahorrarse el viaje", se mofó.