Los nuevos problemas políticos por los que atraviesa Italia han suscitado el temor de un efecto contagio sobre la deuda pública española y reabierto el debate sobre si el Gobierno debería o no solicitar el rescate de la Unión Europea. En mi modesta opinión, creo que lo mejor sería que el Ejecutivo lo pidiera, al menos por dos razones de peso.
La finalidad del rescate sería que el Banco Central Europeo pudiera intervenir en los mercados en apoyo de la deuda española, con el fin de reducir la prima de riesgo. Pero el primer y principal efecto que tendría la petición sería otro muy distinto, el de transmitir a los inversores un mensaje simple y sencillo: que España es solvente. Esta es una cuestión de gran importancia a causa de toda una serie de mitos que se han construido en torno a la economía española, en el sentido de que nuestro país se encuentra al borde del colapso financiero porque es incapaz de pagar sus deudas, en especial el sector público. Por supuesto, las cosas aquí no están como para lanzar las campanas al vuelo, sobre todo con unas comunidades autónomas a las que no hay manera de meter en cintura en cuanto al ajuste presupuestario, pero cuando vemos algunas cifras comparativas con otros países de la UE la cosa no es tan negra como algunos la pintan. Por ejemplo, la deuda pública española en circulación es del 71% del PIB, mientras que en Alemania alcanza el 83% y en Francia el 90. ¿Por qué, entonces, es más arriesgado comprar deuda española que la de estos países? Otro de los mitos dice que en España el nivel de gasto público es insostenible, pero resulta que, en porcentaje del PIB, se encuentra varios puntos por debajo de la mayor parte de los países miembros del euro. En consecuencia, no es insostenible; es demasiado elevado, inoportuno, un lastre para salir de la crisis y generar puestos de trabajo y otras muchas cosas, pero insostenible en el sentido de que con esos niveles de gasto y deuda pública estemos al borde del colapso para nada.
Dicho esto, conviene preguntarse quién se beneficia de las dudas sobre la economía española, lo cual nos lleva a la segunda razón por la que conviene pedir el rescate. Hasta ahora, Alemania no ha hecho más que poner todo tipo de pegas y trabas a que nuestro Gobierno pida el rescate aduciendo razones electorales, puesto que el contribuyente germano no vería con buenos ojos que sus impuestos se destinaran a rescatar a España. Esto es cierto, igual de cierto que el hecho de que la economía alemana, muchísimo más sensible que la española al nivel de tipos de interés, está beneficiándose de unos tipos históricamente bajos, incluso próximos a cero si se descuenta la inflación, lo cual hasta ahora ha impedido que Alemania entre en recesión. Su milagro económico actual ya no es solo producto de los ajustes que ha hecho, también de unos tipos de interés muy bajos, que no lo serían tanto si la confianza sobre la deuda española se restaurara porque entonces los inversores sacarían parte de su dinero de Alemania para invertirlo en España.
No nos llamemos a engaño. Aquí no hay juego limpio. Y como no hay juego limpio, lo mejor es pedir el rescate, con el fin de empezar a hacer visible que ni las debilidades de la economía española son tantas ni tan graves ni las fortalezas tan escasas. Y, de paso, como el rescate implica imponer condiciones, a ver si con un poco de suerte en Europa nos obligan a cerrar de una vez por todas las autonomías, con todo lo que ello implicaría.