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El euro que vivimos peligrosamente

Gracias, a la aplicación de la ortodoxia alemana estamos en situación de emprender la reforma estructural del Estado Providencia.

España vende ahora los significativos bonos a 10 años al tipo más bajo desde septiembre de 2011. La responsabilidad de esta mejora, sustancial desde finales de julio, corresponde a una declaración del presidente del BCE: "Estamos preparados para hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro. Y, créanme, será suficiente". No desembolsó un euro –ya lo había hecho con las subastas de liquidez–, cumpliendo así la exigencia de los mayores contribuyentes al banco, y funcionó.

La economía occidental vive una paradoja de papeles cambiados entre los tradicionalmente considerados liberales y los autoritarios. Mientras Bernanke y la Fed, y a su modo el Banco de Inglaterra, abandonaron los principios de la ortodoxia, dejándose llevar por la ilusión de que toda deuda puede financiarse imprimiendo moneda, Merkel y el BCE resistieron mucho mejor la sempiterna tentación de los gobernantes, especialmente marcada en el socialismo: disparar el gasto por razones electorales a costa de hipotecar el futuro.

En este año que vivimos peligrosamente, España estuvo casi siempre al borde del rescate total. Lo que lo ha evitado hasta ahora –y es un éxito– ha sido el respaldo recibido de los países responsables, que a cambio nos obligan a seguir su estela. Francia, que no es del número, desapareció del eje dominante tras la elección de Hollande. Sin embargo, es el primer presidente de la V República desde Pompidou, allá por el 74, que quiere realmente controlar el déficit. Lo malo es que pretende hacerlo cobrando más impuestos. Aquí reside precisamente el problema de nuestros endeudados Estados del Bienestar. El impuesto mata la actividad. Así lo demuestra el propio Informe Económico del Presidente Obama para 2012, al que él mismo no hace ni caso, que documenta las mejoras de recaudación y la disminución del déficit experimentadas tras la rebaja impositiva de Bush.

Gracias, pues, a la aplicación de la ortodoxia alemana, velada tras las declaraciones monetaristas de Draghi que hicieron innecesario acuñar moneda para comprarnos nuestros propios bonos, estamos en situación de emprender la reforma estructural del Estado Providencia. Obama no tiene pensado hacerlo y tienta al diablo; más de un país europeo lo hizo parcialmente, reduciendo prestaciones y requiriendo el pago individualizado de parte de ellas. El resto esperamos instrucciones.

El crecimiento económico que sostiene el Estado Prestacional requiere impuestos más moderados y paralizar el recurso a la deuda. Habrá que transformarlo en una red asistencial para los verdaderamente necesitados, reducir las ayudas o complementarlo con seguros privados en libre concurrencia. O todo a la vez.

Europa se salvó este año gracias a Merkel. Estados Unidos aguantó por la fiabilidad acumulada en los doscientos primeros años de su existencia, pero nada durará si no se aumenta la riqueza. El sector privado es quien alimenta las necesidades fundamentales de los Estados, con la voraz retahíla de misiones asistenciales y aseguradoras con que los hemos cargado. Dejarlo respirar reduciendo el peso público en el PIB será la nueva fase de la UE. No la dirigirá Bruselas, sino Berlín.

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