Ese asunto, el de los desahucios, ha despertado una súbita preocupación por la seguridad jurídica entre alguna opinión liberal-conservadora que quizá se echó de menos cuando, de un día para otro, fue modificada la Constitución apenas por satisfacer a Merkel. Aunque más vale tarde que nunca. Bienvenida sea, pues. Una inquietud, la de cuantos nos vienen a recordar que los banqueros también lloran, que, por cierto, comparte idéntico soporte legal. Y es que todos los medios volcados en defender tal doctrina resultan ser sociedades anónimas; todos, sin excepción. Sociedades anónimas, esto es, empresas mercantiles que gozan del privilegio jurídico de limitar la responsabilidad personal de sus dueños por las deudas de la firma; amén, claro está, de la posibilidad de suspender sus pagos en los avatares de ahogo financiero.
Genial invento, el de no pagar si el banco se hunde o hace aguas, que figura desde 1807 en el Código de Comercio francés, pionero en admitir semejante innovación revolucionaria. Una prerrogativa de los empresarios que, como es sabido, suscitó en su momento el aplauso entusiasta de Marx y el muy escéptico repudio del padre intelectual del capitalismo, aquel reverendo Adam Smith. Así las cosas, y con cierto tremendismo impostado, alguien se preguntaba ayer, y por escrito, qué pasaría si se produjese un movimiento masivo para no pagar las hipotecas. Huelga decir que su respuesta venía a ser un remake castizo del Apocalipsis de San Juan. Sin embargo, tras esa hipótesis milenarista late un profundo error antropológico.
Decía Chesterton que al entrar en las iglesias solo hay que quitarse el sombrero, no el cerebro; y con la prospectiva económica ocurre lo mismo. Porque los hombres son malvados por naturaleza; malvados, no idiotas. Ninguna SA se acoge a un procedimiento concursal porque sí. Igual que ninguna persona física se arriesgaría a perder la propiedad de su vivienda porque sí, dejando de abonar los plazos de la hipoteca. En uno y otro caso, quienes lo hacen es porque no tienen más remedio. Lo que aquí se impone, y con perentoria urgencia, es algo equiparable a la Ley Federal de Quiebras (personales) de Estados Unidos. Una norma racional que posibilite a los individuos moratorias de pagos similares a las societarias. Y bastaría con traducirla del inglés. Simplemente.