Cuando el pasado agosto el presidente del Banco Central Europeo (BCE), el italiano Mario Draghi, anunció su intención de comprar (monetizar) toda la deuda periférica que fuese necesaria con el fin de garantizar la supervivencia del euro, la mayoría de los analistas y, sobre todo, los políticos respiraron con alivio, sin saber que, en el fondo, el programa de adquisición ilimitada de bonos amenaza con rematar a la moneda única.
La principal función de la banca central, monopolista público en la emisión de dinero y en la fijación del tipo de interés, es garantizar la estabilidad de los precios y actuar como prestamista de última instancia de bancos y estados cuando tengan problemas de liquidez –no de solvencia–. Pues bien, en numerosas ocasiones el cumplimiento de ambos objetivos ha derivado en estrepitosos fracasos de terribles consecuencias. Y no hay que irse a las hiperinflaciones del pasado para demostrarlo. No en vano, la burbuja crediticia de la pasada década se gestó gracias a la artificial expansión del crédito que propiciaron tanto la Reserva Federal de EEUU (Fed) como el BCE; por cierto, estas mismas entidades están poniendo en riesgo sus propios balances al prestar dinero de forma indiscriminada a bancos y gobiernos insolventes. Y es que un banco central también puede quebrar –técnicamente hablando– si los impagos se disparan o el valor de sus activos se desploma; solo que, a diferencia de cualquier otra entidad financiera, le basta con imprimir más billetes para cubrir el agujero.
La Fed y, tras el anuncio de Draghi, el BCE están siguiendo esta última senda, con su desnortada política de masiva expansión monetaria. Y aunque han cosechado el aplauso generalizado del mundo político-económico, no todos están satisfechos con tal deriva. De hecho, el hasta hace poco todopoderoso Bundesbank está más bien aterrorizado con el plan de Draghi. Mucha atención a sus últimas alertas.
En septiembre, el presidente del banco central alemán, Jens Weidmann, no se arredró a la hora de calificar la compra de bonos públicos por parte del BCE de "trabajo del diablo". Aunque en ningún momento se refirió directamente a Draghi, su mensaje no dejaba lugar a dudas:
Si un banco central puede, potencialmente, crear una cantidad ilimitada de dinero de la nada, ¿cómo puede asegurarse de que el dinero es lo suficientemente escaso para conservar su valor? (...) Sí, esta tentación sin duda existe, y muchos en la historia han sucumbido a ella.
Weidmann recordó la escena de Fausto en que Mesfistófeles (el diablo) convence al emperador para emitir grandes cantidades de papel moneda y, así, acabar con sus problemas de financiación. La historia, claro, termina con una inflación galopante.
En su último informe mensual, el Bundesbank incide, una vez más, en esta perspectiva, tras reiterar su rechazo frontal a la compra ilimitada de deuda pública anunciada por el BCE. Un plan nocivo y contraproducente, entre otras razones, porque desincentiva el sano ajuste fiscal que necesariamente tienen que realizar los países periféricos del euro. La actual política monetaria "reduce y retrasa el proceso de ajuste" mediante la reducción de los tipos de interés y las masivas inyecciones de liquidez. Además, contradiciendo a Bruselas y a los políticos del sur de Europa, la entidad germana afirma que las elevadas primas de riesgo que presentan España e Italia reflejan la realidad, es decir, el elevado riesgo que representa el invertir en sus bonos. El execonomista del BCE Jürgen Stark es de la misma opinión. Efectivamente, las primas de riesgo de los países periféricos están "justificadas". Stark dimitió como consecuencia del anterior programa de compra de bonos del BCE, y ahora insiste en que Draghi ha cruzado varias "líneas rojas".
El discurso completo de Weidmann no tiene desperdicio. A modo de ejemplo, destaco las siguiente perlas:
Hoy en día, el dinero ya no está respaldado por ningún activo real. Los billetes son de papel impreso –y los expertos que hay entre ustedes saben que el euro está impreso en papel de algodón– y las monedas están acuñadas en metal (...) Si los alquimistas intentaron en el pasado convertir el plomo en oro, en la economía moderna el papel se ha convertido en dinero (...) En última instancia, la aceptación de esos billetes se basa en la confianza de la gente.
(...) las interferencias gubernamentales en los bancos centrales, junto con la gran demanda de financiación por parte de los estados, a menudo ha conducido a fuertes aumentos del dinero en circulación, lo que ha provocado que [el dinero] perdiera valor a consecuencia de la inflación (...) La mejor protección contra la tentación [inflacionista] es una sociedad ilustrada y orientada a la estabilidad [monetaria].