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"Cuando los políticos crean infiernos fiscales, lo normal es que aparezcan paraísos"

El experto en comercio internacional publica "El New Deal del Comercio Global".

Aparicio Caicedo, doctor en Derecho por la Universidad de Navarra y experto en comercio internacional, acaba de publicar "El "New Deal" del Comercio Global" en Unión Editorial. Libre Mercado se ha sentado a conversar con él sobre esta obra y la situación del comercio a ambos lados del Atlántico.

Pregunta (P): Algunos comentaristas describen los acuerdos comerciales firmados en las últimas décadas como éxitos del liberalismo económico. Sin embargo, Vd. desnuda la raíz ideológica y jurídica de estos pactos y acaba revelando al lector un esquema conceptual ciertamente mercantilista. 

Respuesta (R): Si una mentira se repite una y mil veces, acabas pensando que es una verdad. Quizá por eso se acaba confundiendo el actual régimen comercial con un verdadero régimen de libre comercio. En realidad, y al contrario de lo que normalmente se nos cuenta, el actual sistema multilateral de comercio no tiene una lógica liberal. De hecho, como demuestra el libro, fue creado bajo una lógica intervencionista.

EEUU llega a la Segunda Guerra con una posición hegemónica indiscutible, y dicta las reglas del juego desde el comienzo. El resultado, como detalla el libro, fue el traslado de los programas del New Deal al ámbito mundial. Casi todas las agencias internacionales que nacieron entonces tienen una equivalencia con aquellos programas domésticos de corte intervencionista impulsados por Roosevelt.

Ni entonces ni ahora se quería un comercio libre, sino un comercio regulado. Se partía, como diría Hayek, de la pretensión del conocimiento, pues se pensaba que existía la capacidad para regular todo el comercio del mundo de forma centralizada y eficiente. Uno lee las publicaciones académicas de aquellos años y encuentra muchas teorías sobre la posibilidad de alcanzar una perfecta burocratización del orden mundial. 

P: Durante el s. XIX, las democracias se van acostumbrando a las peticiones de favores de grupos poderosos y bien organizados. En la regulación comercial lo vemos más que en ningún otro ámbito...

R: No ha cambiado el principio mercantilista según el cual se puede manejar el comercio. Curiosamente, fue el progresismo el que luchó contra el proteccionismo que se instauró en Estados Unidos tras la Guerra Civil, allá por el siglo XIX. Y lo hizo porque entendía que esto era un contubernio entre políticos y empresarios que se traducía en favores para los poderosos (aranceles) y empobrecimiento para la clase media.

P: El progresista estadounidense de aquellos años veía en la apertura comercial una oportunidad de reducir los privilegios de los poderosos y aumentar la prosperidad general. El comercio vendría siendo un mecanismo de "redistribución"...

R: Así es. Uno repasa los discursos de aquellos líderes del Partido Demócrata y encuentra numerosas críticas a los High Republican Tariffs, los Altos Aranceles Republicanos. Aquello era, para los demócratas, un ejemplo de la dominación de las élites empresariales sobre las clases medias. Eso sí, esta interpretación no venía de una convicción liberal, sino de una postura incompleta, capaz de identificar correctamente que el gobierno creaba privilegios interfiriendo... pero incapaz de aplicar ese razonamiento a otros aspectos sociales.

P: ¿Y apoyaban los empresarios de aquella época la apertura de las barreras comerciales? 

R: Históricamente, los empresarios han dado la bienvenida a la protección gubernamental siempre que les ha convenido. Eso ha hecho mucho daño al liberalismo, pues quienes deberían ser importantes portavoces de los principios de la economía de mercado los abandonan en cuanto les resulta apropiado hacerlo. Lo más gracioso es que todo esto siempre se justificará en nombre de sectores estratégicos y campeones nacionales. Cuando se plantea acabar con esos privilegios, pasa que todos los sectores son "estratégicos" y "campeones nacionales". Mezclando el patriotismo, se justifica todo. 

P: Aquella izquierda progresista estadounidense era librecambista pero antiliberal, si bien parecía confundir el liberalismo con el corporativismo y el mercantilismo. Hoy en día vemos algo similar en los mensajes y proclamas de colectivos como "Ocupa Wall Street" o el "15-M". ¿A qué se debe esta equivocación tan común en la izquierda?

R: El liberalismo no tiene centros educativos ni de investigación que potencien sus ideas y principios como tiene la izquierda socialista desde hace tiempo. Por su parte, el progresismo tiene infinidad de centros, editoriales, universidades... dedicados a satanizar el liberalismo. El rigor es lo de menos, desde finales del siglo XIX hasta hoy se le llama liberal o neoliberal a cualquier cosa.

Uno lee artículos en El País de gente muy respetable que suelta tremendas falacias vinculando al liberalismo con la guerra de Iraq o los privilegios financieros, y entonces comprende que el error viene del propio campo liberal, que no se ha sabido expresar bien y ha permitido que esa confusión cale hondo. Este error dio lugar a regímenes como el del "comercio libre" intervenido, como comenta el libro.

P: ¿Cuál es el presente y el futuro de la Ronda Doha de la OMC?

R: Las Rondas de negociación de la OMC ya no van a avanzar más, o al menos no lo harán en mucho tiempo. En cualquier caso, los mayores saltos adelante en este campo han sido bilaterales o regionales (si bien esos paquetes incluyen restricciones y reproducen problemas antiguos). Por suerte, hemos aprendido de los errores de los años 30, y no existe, salvo en casos marginales, el grado de idiotez académica que hace un siglo llevaba a promover el cierre comercial de las fronteras.

Quedan elementos de tribalismo económico en Argentina, Venezuela o Ecuador, pero también están ahí Chile, Colombia, Perú... y en esta segunda serie de países ni siquiera se piensa en volver a aquel escenario de pobreza que era el mundo de las fronteras cerradas. 

Me preocupan más Estados Unidos y Europa, donde el resentimiento social en el que se ampara ese ostracismo económico puede calar hondo en una situación de crisis. A medida que la recesión avanza, se ven retrocesos parciales, partiendo además de que jamás se ha reflexionado seriamente sobre el dispendio que es la Política Agraria Común. 

P: ¿Qué puede aprender Latinoamérica de Europa para abrir sus fronteras comerciales?

R: Cuando se habla de estos temas se confunde a menudo la integración con la centralización. Se cree que hay que crear instituciones centrales, alejar la política del ciudadano y crear nuevos y grandiosos entes supranacionales para articular esa visión. En realidad, la idea de integración que llevó, por ejemplo, a la creación de la UE, llamaba a remover barreras, no a crear grandes cuerpos internacionales desde los cuales una nueva burocracia se encargará de "legislar el progreso".

De la Unión Europea también hay que aplaudir su Tratado Schengen, fundamental para que las personas se desplacen con menos impedimentos, y el Mercado Común, que levanta barreras exteriores pero al menos crea un gran mercado continental con pocos frenos internos.

En Latinoamérica, promover la circulación de servicios, personas o mercancías es lo que busca, en principio, la Alianza del Pacífico. Estamos hablando de un foro que, sin grandes cumbres, consigue avances importantes dedicándose a lo que hay que dedicarse: eliminar obstáculos. Unasur nace, por ejemplo, de la visión contraria. Para ellos, integrar es sinónimo de centralizar, de cumbres llenas de retórica, de tecnocracia, de gastar dinero a mansalva en planes pomposos e ineficaces.

P: ¿Y qué me dice del comercio de servicios financieros y de los llamados "paraísos fiscales"?

R: Este tema es casi cultural. Se plantea que si un país atrae los ahorros o las inversiones de un ciudadano extranjero, entonces está robando al país de origen de ese ciudadano. En realidad hablamos de personas que aprecian el fruto de su trabajo y quieren salvarlo de estados excesivos. Lo hacen llevando su dinero a otros lados donde el mensaje es completamente diferente, pues se da la bienvenida al creador de riqueza.

Lo que debería hacer aquel gobierno que se preocupa por esto es bajar los impuestos y fomentar que el dinero se quede en casa, con garantías. Cualquiera prefiere tener sus ahorros en el banco de su ciudad, pero las trabas y complicaciones satanizan al emprendedor y al ahorrador. De hecho, si busca una salida como la que mencionamos, se le acusará de quitar algo a la sociedad, como si no se hubiese ya creado riqueza. La riqueza pertenece a las personas, no al Estado, y cuando los políticos de un país crean infiernos fiscales, lo normal es que aparezcan paraísos fiscales como respuesta.

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