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José García Domínguez

La 'yihad' de Merkel

Salta a la vista que el aceite de ricino de los ajustes está provocando el derrumbe de la economía allí donde se aplica.

Por las ideas se pasa, en las creencias se está. Es la gran diferencia entre fe y razón. De ahí que Merkel persista firme, obstinada, impertérrita en su autista desdén hacia la realidad. No es un caso único el suyo. Igual les ocurre, entre otros, a los Testigos de Jehová. Un santo varón provisto de línea directa con el Cielo, el reverendo Nelson H. Barbour, les profetizó que el mundo se acabaría en 1873. Y aunque llegada la fecha nada hubo, ellos siguieron convencidos, y con renovada devoción, de la verdad de su doctrina. Los psiquiatras llaman a eso disonancia cognitiva, y es enfermedad de muy difícil cura. Véase, si no, el cuadro clínico de los devotos de la austeridad.

Salta a la vista que el aceite de ricino de los ajustes está provocando el derrumbe de la economía allí donde se aplica. Basta con leer las estadísticas oficiales. Irlanda, Portugal, Grecia, España, todos, en caída libre. Portugal, el alumno modélico de Berlín, niño bueno que se esforzó en hacer raudo los deberes, prevé que su PIB se desplome un 3,3 % a finales de año. Irlanda, pese a los cuentos de hadas de los expertos, retrocedió un 1,1% durante el primer trimestre y va camino de la recesión. Grecia ya ha visto desaparecer una cuarta parte de su economía (el 22% del PIB) desde 2009. Qué decir, en fin, de España. Y es que la doctrina de la devaluación interna esconde una trampa saducea para elefantes.

Porque un país puede mutilar los salarios y contraer su mercado interno para conseguir levantar la cabeza vía exportaciones. Pero si lo hacen todos a la vez, el resultado no será otro más que el siniestro total. Bien, pues justamente eso es lo que ha ordenado Merkel: que todos lo hagamos a la vez. Mezquina miopía nacionalista se llama la figura. A diferencia de Inglaterra en el XIX o de Estados Unidos en el XX, dos potencias siempre conscientes de que el liderazgo conlleva costes. Cargas ante las que supieron conducirse con generosidad. No por altruismo, sino por un inteligente interés propio que reparaba en al largo plazo. ¿Qué fue el Plan Marshall más que una prueba de esa lucidez histórica? Visión, lucidez, liderazgo... demasiado para Merkel.

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