Sí, podemos. Por supuesto que podemos encarar el mayor ajuste presupuestario de toda la historia de España en menos de veinticuatro meses y sin subir los tributos ni un céntimo. Naturalmente. Aunque con la condición de que estemos dispuestos a ser Rumania. Junto a Bulgaria, el único país europeo cuya presión fiscal (recuérdese, el porcentaje del PIB que absorben los impuestos) resulta inferior a la nuestra. Al cabo, bastaría con que ajustásemos las prestaciones del Estado del Bienestar a los estándares canónicos que rigen en Bucarest y alrededores, así de sencillo. Pues fantasear con cualquier otra alternativa aboca a eso que los catalanes llaman "soñar tortillas".
Un forma de disonancia cognitiva, de empecinada huida de la realidad, que aquí adopta tres variantes. Ora la de la legión de demagogos empeñada en darle vueltas y más vueltas al chocolate del loro, ya se trate del autonómico, el estatal o el municipal. Ora la de una opinión pública infantilizada que postula reducir déficit e impuestos y, al tiempo, reclama airada al Ejecutivo que mantenga –y amplíe– las prestaciones gratuitas de los días de vino y rosas. Ora la de los expertos y su particular cuento de la lechera: la curva de Laffer. Por lo demás, que únicamente compitamos con los deudos de Ceaucescu en la Champions de la miseria recaudatoria es novedad que tampoco esconde gran misterio. Una hacienda asentada en la premisa desquiciada de la expansión hasta el infinito de la compra-venta de pisos no podía aspirar a un final muy distinto.
Ocurre que el colapso financiero del Estado apenas admite cuatro vías de escape. La primera, reducir el gasto. Una obviedad de Perogrullo que, sin embargo, presenta límites difíciles de franquear. Repárese, si no, en eso que nunca quieren ver los chocolateros: sanidad, educación, pensiones, prestaciones de desempleo, cuerpos policiales, jueces y servicio de la deuda suponen algo más del 75 por ciento del presupuesto. Incrementar los impuestos, como acaba de suceder con el IVA, sería la segunda. La tercera solo exige un milagro: que el PIB español empezara a crecer de modo súbito, algo que llevaría a que se multiplicase la recaudación sin necesidad de hacer nada. Y la cuarta es ... la suspensión internacional de pagos. Lo dicho: sí, podemos.