Las crisis son, por definición, tiempos de cambio y, por tanto, su desarrollo puede derivar, a medio y largo plazo, tanto en un sustancial avance como en un dramático retroceso económico y social. El resultado dependerá, sin duda, de numerosos factores clave, como el sustrato ideológico y moral de la sociedad en cuestión. De ahí, precisamente, que suscite tanta alarma el hecho de que las recientes algaradas lideradas desde Izquierda Unida (IU) cuenten con el beneplácito, más o menos entusiasta, de algunos medios y partidos políticos y de parte de la población.
La simpatía y comprensión que ha recibido la marcha obrera iniciada por el diputado andaluz, y alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo, y la sorprendente tibieza con la que están respondiendo las autoridades políticas y judiciales a los atropellos cometidos son una muestra inequívoca más de que España está gravemente enferma. Prueba de ello es la inusitada expectación que levantó en un primer momento, incluso entre destacados líderes del PP, el movimiento 15-M, precursor de un programa netamente estatista y cuyo homólogo en EEUU recabó el apoyo de nazis y comunistas. Ahí están, ahora, los aplausos con que no pocas personas saludan los actos vandálicos que protagonizan sindicalistas andaluces y extremeños.
La cúpula de IU está amparando, con su inacción y ausencia de condenas, los asaltos a supermercados, entidades financieras y fincas privadas con razones de justicia social, razones que se materializan en violaciones expresas de la propiedad privada, un derecho inalienable cuya defensa y garantía es la base de la civilización.
Lo grave, sin embargo, no es que estos delitos queden impunes, lo cual es ya escandaloso de por sí, sino que dichas reivindicaciones acaben recabando un apoyo electoral que posibilite su aplicación sistemática desde el poder mediante las nacionalizaciones y las expropiaciones forzosas. ¿Imposible? Todas las encuestas apuntan a una sustancial subida de IU en intención de voto, lo que, sumado a la incertidumbre que impera en el seno del PSOE, bien podría desembocar en una futura alianza entre las fuerzas de izquierda.
Tras su rescate internacional, Grecia ha vivido una transición política de la que las formaciones de extrema izquierda están siendo las grandes beneficiadas. España está todavía muy lejos de un escenario similar, pero el más que probable rechazo por parte de la población a las condiciones que conllevará un rescate soberano generaría el caldo de cultivo idóneo para desembocar en un proceso análogo.
La izquierda, por naturaleza, siempre ha tirado al monte, y en un contexto de crisis como el actual sus líderes aprovecharán la mínima ocasión para lanzarse a su conquista. De que lo consigan o no dependerá, en buena medida, el avance o retroceso de la siguiente generación. Irlanda y los países bálticos –como los nórdicos en la crisis de los años 90– han optado correctamente por más mercado y menos estado para salir del atolladero; Grecia, al igual que hizo Argentina en su día, está apostando por el camino opuesto. Los resultados saltarán a la vista en el futuro.