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Carmelo Jordá

En defensa de Ryanair

Quizá no nos den una copa gratis o la prensa del día, pero con sus defectos y sus virtudes Ryanair ha revolucionado el tráfico aéreo y ha permitido a millones de personas realizar viajes con los que, de no ser por la compañía irlandesa, no podría ni soñar

Si hay una costumbre arraigada entre viajeros, periodistas y otras gentes de mal vivir es meterse con Ryanair. Sorprendentemente, a pesar de ello la aerolínea irlandesa no para de crecer en número de viajeros.

Acepto que la manera en la que la firma gestiona su imagen pública es, digamos, un tanto original; del mismo modo que su principal responsable, Michael O’Leary, no es un ejecutivo convencional y, más bien al contrario, suele ser pródigo en declaraciones escandalosas y polémicas.

Pero sea por lo que sea, probablemente por el odio que genera el éxito, lo habitual hoy en día es meterse con Ryanair y, en cuanto aparece una noticia que pueda perjudicar a la compañía, los medios la reproducen de forma gozosa, como deleitándose. El último caso, por supuesto, es el de los tres aviones que tuvieron que aterrizar por falta de combustible... después de haber sido desviados desde Madrid y de haber estado volando durante 50, 68 y 69 minutos sobre Valencia.

No voy a entrar en los detalles de este caso concreto, que debe sustanciarse de una forma muy sencilla: o los aviones cumplían las normas referentes a carga extra de combustible o no y, por lo tanto, deben ser sancionados todos los implicados y la empresa. La investigación de Fomento dará el resultado que corresponda y especular antes tiene poco sentido.

Sin embargo, sí que creo que es pertinente analizar otros aspectos de la operativa y de la historia de Ryanair, como por ejemplo que desde que se creó en 1985, veintisiete años ya, no ha tenido un solo accidente. Y eso que actualmente opera la nada despreciable cifra de 160 destinos y tiene 301 aviones, la mayor parte de ellos, por cierto, con muchísimas menos horas de vuelo de lo habitual en su competencia.

Por otro lado, y dentro de mi experiencia personal, Ryanair suele ser una compañía extremadamente puntual y que en sus vuelos siempre le da al consumidor lo que realmente ofrece: llevarle de un punto a otro a un precio más que razonable. Su nivel de incidencias no es significativamente mayor que el otras empresas del sector.

Otra cosa es que pagando 50 euros por un billete a una ciudad europea esperemos un servicio de clase business, lo que creo que es un error como consumidor, y casi diría que como modo de vida. Por ese precio bastante es que puedas aspirar a lo que te da Ryanair: ir y volver casi sin equipaje y con los azafatos y azafatas tratando de venderte cosas todo el trayecto.

Quizá no nos den una copita gratis ni la prensa del día, pero con sus defectos y sus virtudes Ryanair ha revolucionado el tráfico aéreo y ha permitido a millones de personas realizar viajes con los que, de no ser por la compañía irlandesa, no podría ni soñar; además, ha revitalizado destinos y mantiene abiertos aeropuertos que de no ser por ella se cerrarían. De hecho: desde ese punto de vista bien nos vendrían en España media docena de ryanairs que llenasen nuestros vacíos aeropuertos.

Pero sobre todo, el quid de la cuestión es que ni Ryanair ni el políticamente incorrecto O’Leary obligan a nadie a volar en sus aviones o a aceptar sus términos de contrato a la hora de comprar un billete. Si lo que nos ofrece no nos gusta podemos, sencillamente, no volar nunca con ellos y elegir otra empresa o quedarnos en casa.

Es lo que tiene la libertad, esa libertad que, curiosamente, muchos de los que protestan utilizan para ir por medio mundo con Ryanair. Por algo será. 

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