Siete meses después, el barco –entendido éste como España y su Gobierno– parece destinado a hundirse. Ya no se descarta la intervención total, no pocas instituciones públicas no consiguen financiarse desde hace semanas en los mercados de deuda y el colapso se observa cada día más cerca. Los nervios, disimulados en público bajo el mantra de que se está haciendo todo lo humanamente posible para que la tortilla se dé la vuelta y por fin llegue el oxígeno, se multiplican de puertas para adentro. Se refleja en los rostros de unos ministros que dicen no entender qué ocurre y por qué la Unión Europea no les ayuda.
Todas las culpas se echan a Bruselas y Berlín: "El riesgo está en ella por su lentitud", retrató un ministro económico, que tiene en su poder todos los informes posibles de situación, también el de un rescate a todos los niveles. "Tenemos que lograr que los acuerdos del Consejo Europeo se vayan cumplimentando, y con celeridad", resumió Soraya Sáenz de Santamaría, como la única estrategia posible para esquivar el apocalipsis, una vez el programa nacional de reformas cumple escrupulosamente los requerimientos comunitarios.
Un asesor gubernamental hacía esta semana una radiografía médica de cómo está el paciente llamado España: "Estábamos muy enfermos, casi a punto de morir. La enfermedad viene de lejos, y se nos medicó mal una y otra vez. Cuando por fin se hizo un diagnóstico correcto ya era tarde. Llevamos muertos varias semanas; nuestra única opción es que nos resuciten". Y estar sin vida significa una prima de riesgo por encima de los 550 puntos básicos –el tope llegó el viernes, alcanzando los 610– y el interés de la deuda más allá del 7% –en concreto, el 7,2% al concluir la semana–.
Todo parece fuera de control. Si en los contactos internacionales que mantuvo Rajoy nada más acceder a La Moncloa se le pusieron encima de la mesa dos problemas básicos –sistema financiero (Bankia) y comunidades autónomas–, son precisamente estos los que, más que mejorar, arrecian. Los gobiernos regionales agonizan: Valencia no tuvo más que admitir que no puede hacer frente a sus pagos, y envió un SOS muy claro al Ejecutivo central para que le preste dinero. Lo mismo hizo Murcia este domingo. Pero vendrán más: Cataluña, Extremadura, Castilla y León, Andalucía... Un consejero castellano-manchego le dijo recientemente a su presidenta, María Dolores de Cospedal: "Hemos tocado hueso y estamos rascando". Y ella le contestó: "Pues tiene que seguir".
Mariano Rajoy intenta tener la cabeza fría; no dejarse llevar por el miedo y el caos. Pero le cuesta; dicen algunas voces que tiene problemas para conciliar el sueño. En público, mantiene la máxima de que hay que decir a los españoles la realidad de la situación para que entiendan el porqué de tan duros ajustes, como la subida de impuestos o el recorte de sueldo a funcionarios. Pero la calle también protesta y colapsa ciudades. "Lo está pasando muy mal. Su rostro le delata. Todos lo estamos pasando mal. Pero tenemos que seguir", afirmó alguien de su entorno.
Incluso en su propio partido se ponen en duda, en privado, algunas de sus medidas. El presidente es un político de raza –lleva en esto, como quien dice, toda la vida– y ha sobrevivido a más de un alboroto interno. De hecho, el de hoy apenas son susurros con respecto al vivido tras su segunda derrota electoral ante Zapatero. Para él, todo es ruido y lo importante es "dar la batalla en Europa" y conseguir que el Banco Central Europeo mueva ficha. Sin estridencias, como la protagonizada por José Manuel García-Margallo, que habló de "blanco clandestino" que no sirve para nada. Otra muestra más de desesperación.
La semana próxima será decisiva, clave. España, se advierte en privado, no puede estar cinco días más en la situación actual. O, al menos, eso temen. Ya lo dijo Luis de Guindos, ministro de Economía: "A medio plazo no es sostenible". En el próximo Consejo de Ministros vendrán más medidas, como la polémica reforma del sistema energético. En agosto, habrá tres reuniones, además de los pertinentes despachos de Rajoy con el Rey. Aunque da la sensación de que apenas queda tiempo.
Este fin de semana el Gobierno alemán salió en defensa de España. "Si caemos nosotros, cae el euro", repite Rajoy en sus contactos bilaterales. Es una de sus armas de batalla, que ya utilizó para conseguir la línea de crédito a la banca enferma o forzar una hoja de ruta en el último Consejo. En esto quiere también involucrar a Mario Monti, a quien ha citado a primeros de agosto en Moncloa. Busca un frente común de dos de las cuatro grandes potencias; evidenciar que la UE se cae si ellos zozobran.
El lunes, el presidente dará la cara a medias. Tiene hasta tres actos, pero restringidos: las juras o promesas de los responsables del Supremo y el Constitucional y una recepción al equipo español participante en los Juegos Olímpicos de Londres. Se quiere dar una imagen de tranquilidad. Nada más en previsiones. Cero. Todo destinado a presionar por teléfono, a reuniones discretas, a hacer "política", se incide.
En esos contactos, Rajoy se compromete a seguir ajustando; a hacer más para reducir el gasto. Asegura que el compromiso con el objetivo de déficit público es irrenunciable, como se escenificó presentando el calendario hasta 2015 y el techo de gasto del año venidero. En voz de la vicepresidenta, "no es una cuestión ideológica, sino de necesidad nacional. Es imposible cumplir el déficit, bajar impuestos y reducir los gastos".
En el papel, todo está claro. España cumple, que también lo haga la UE. Sin embargo, en la práctica, el país parece encaminarse al agosto final. "La intervención es lo último. Solo hay que mirar a Portugal, sin días festivos, con los sueldos esquilmados, sin pagas extra de ningún tipo", apunta un diputado del PP. El pesimismo también se ha instalado en los círculos de poder. "Si la situación sigue así, España tendrá que pedir otro tipo de ayuda", afirma Bruselas. Rajoy admite que no esperaba que el túnel de la crisis fuera tan oscuro y profundo. Ya ni tan siquiera se mandan mensajes de esperanza a la España real, sino que se busca de forma desesperada una única cosa: sobrevivir.