Optó este Gobierno por la estrategia equivocada desde el comienzo: la de ir lloriqueando a nuestros acreedores, fundamentalmente Alemania, con la milonga de que, tras un simulacro de ajustes que no reducían en absoluto el gasto total de las Administraciones Públicas pero que orwellianamente fueron denominados "los presupuestos más austeros de la historia", España ya no podía hacer más.
Era un farol: un farol dirigido a que los alemanes y otros noreuropeos siguieran corriendo con los gastos de nuestro sobredimensionado Estado. Para desgracia de Rajoy, los políticos del norte de Europa no se tomaron en serio sus lamentos, pues seguían viendo ahí nuestro modelo de Estado, a todas luces disparatado, sino que, mucho más importante, a los mercados les trajo literalmente al pairo si era verdad o no lo era que el Gobierno no pudiese recortar más: si no lo era, teníamos un Ejecutivo demasiado poco fiable como para seguir prestándole dinero; si lo era, España iba a caer en suspensión de pagos, motivo más que razonable para cortar de cuajo toda financiación.
Así las cosas, los acontecimientos se sucedieron tal como es sabido: la prima y el bono se fueron por las nubes, el euro fue puesto contra las cuerdas y, por último, Rajoy consiguió, en un momento de máxima tensión política y económica, que Europa toda financiara el rescate a la banca española. Sólo entonces, sólo cuando Alemania, Holanda y Finlandia llegaron con un saco de dinero a recapitalizar nuestros bancos, descubrimos que sí, que el Gobierno podía hacer más, muchísimo más, para sanear su situación financiera y evitar la suspensión de pagos.
Acaso el mejor titular que nos deja el recorte que acaba de anunciar Mariano Rajoy –como también le ocurriera a su mellizo de hace un par de años, el célebre tijeretazo de Zapatero– es que el PP deja de echar balones fuera y comienza a ser consciente de la realidad. Dicho esto, el problema es que, por un lado, parte de los balones los lanza contra la portería del sector privado (las subidas de impuestos), y que, por otro, todavía tendrá que marcar muchos más goles al gasto público si quiere, al menos, empatar el partido.
Pues, por mucho que el Gobierno hable de un ahorro de 65.000 millones de euros en dos años y medio, convendría que no nos hiciéramos trampas al solitario. De momento, el ahorro anual de las medidas anunciadas se sitúa, más bien, y tirando muy por lo alto, en el entorno de los 25.000 millones, a falta de cuantificar el recorte adicional que se impondrá a las autonomías y a los pensionistas: 3.000 con la reforma de la Administración Local, 6.000 con la supresión de una paga extra de los empleados públicos, 5.000 con la reducción de la prestación por desempleo, 6.000 con el aumento del IVA y 5.000 con el resto de lo anunciado. Esto, como digo, tirando muy por lo alto en las estimaciones.
No es poco, desde luego, pero no es suficiente. Un ajuste de 25.000 millones anuales que, si se cargara la mano en pensiones y autonomías, podría llegar hasta los 40.000 sigue dejando nuestro déficit en el entorno del 5% del PIB (por encima del objetivo inicial). Dicho de otro modo, continuamos sin despejar incertidumbres. Habría sido necesario recortar con mucha más ambición y convicción; no sólo en las partidas que se han tocado (por ejemplo, habría que prescindir de alrededor de 500.000 empleados públicos), también en aquellas que o bien no se han tocado o bien se tocaron insuficientemente en "los presupuestos más austeros de la historia". En suma, reduciendo mucho más los gastos (y sí, hay margen para ello, como ya lo había antes, por mucho que el Gobierno lo negara) nos habríamos ahorrado tanto esas nocivas subidas de impuestos que deprimirán todavía más la actividad en el sector privado (obviemos la cosmética rebaja de dos puntos en las cotizaciones sociales) como seguir instalados en la cuerda floja.
Pero no. Rajoy prefiere no acometer un ajuste intensísimo pero definitivo –tabla rasa– y opta, en cambio, por marchar poco a poco, a ver si milagrosamente Europa sigue dándonos dinero o si, aún más milagrosamente, la economía deja de hundirse y la recaudación tributaria repunta lo suficiente como para evitar rebajas adicionales de nuestro mórbido gasto público. Mas no habrá recuperación sostenible mientras las dudas sobre el ajuste de nuestro déficit terminen de despejarse: hoy se ha dado un paso que, en general, y dejando de lado esa torpe y sangrante nueva subida de impuestos, va en la buena dirección. El riesgo cierto es que, como le sucedió a ZP tras el tijeretazo, a Rajoy se le olvide dar los pasos que todavía faltarán para llegar a la meta. En tal caso, no levantaríamos cabeza; y no por exceso de austeridad, como no se cansarán de repetirnos los keynesianos de todos lares, sino por la misma razón por la que el capital está huyendo de España: una espantosa falta de la misma.