Decía Jean Monnet que la Unión Europea se construiría durante las crisis y será la suma de las soluciones aportadas a dichas crisis. Desde luego, en lo que se refiere al euro efectivamente así es. Cuando se creó la Unión Monetaria Europea, los líderes políticos de entonces decidieron que las competencias en materia de supervisión del sistema financiero de la zona euro permanecieran en manos de las autoridades nacionales, a pesar de que el primer presidente del Banco Central Europeo, el holandés Wim Duissenberg, reclamó parte de dichas competencias para el BCE, entendiendo que una unión monetaria no podría funcionar correctamente sin, al menos, una cierta supervisión única. El Gobierno español, entonces en manos del PP, apoyó con entusiasmo esta decisión porque, así, podría mantener el control sobre los bancos y cajas de ahorros de nuestro país. Trece años después de que naciera la moneda única, los líderes europeos, enfrentados a la primera crisis de la zona euro, han tenido que rectificar aquel error para poder salvar el proceso de integración monetaria europea.
Las decisiones que se han tomado en el Consejo Europeo de Bruselas, en este sentido, suponen un paso adelante en dicho proceso. En un área como la unión monetaria europea, en la que la libre circulación de capitales es una realidad, no es posible mantener fragmentada la supervisión financiera. Los bancos de la zona euro, a través de los movimientos de capitales, se financian unos a otros, con independencia de cuál sea el país de origen de cada entidad financiera. De esta forma se integran los mercados bancarios por lo que un problema con una entidad crediticia en uno de ellos puede convertirse en un problema para el conjunto de la zona euro. De la misma manera, la integración financiera europea ha dado lugar a la aparición de bancos que operan con carácter supranacional dentro de la zona euro y que concentran el 68% del activo bancario del conjunto de la eurozona. Una crisis de una de estas entidades puede suponer una crisis del conjunto del sistema. Si, además, el origen de los problemas se encuentra en una crisis como el estallido de la burbuja inmobiliaria española, que afecta a toda la banca de un país, el peligro para la unión monetaria puede ser enorme. Además, lo normal es que un país con su sistema financiero en crisis tenga que afrontar también una crisis fiscal, nuevamente como el caso español, con lo que las autoridades nacionales carecen de los recursos necesarios para sanear la banca, agravando todavía más los problemas.
Por todo ello, en una unión monetaria resultan necesarias acciones que lleve a cabo el conjunto de la misma, lo cual pasa por una supervisión única que permita saber en todo momento qué pasa en cada país y qué riesgos corre el conjunto de la unión por ello, así como por operaciones de recapitalización que se acometan a escala de la unión, ante la imposibilidad de las autoridades nacionales de poder hacerlo por sí solas. En este sentido, lo acordado estos días en Bruselas es un gran avance que puede haber salvado al euro. La pena es que la supervisión única y la posibilidad de que el fondo de rescate europeo pueda prestar directamente a los bancos no vengan acompañadas de la imposición de soluciones de mercado para las entidades en crisis. Si estamos en una unión económica y monetaria y vamos a tener una unión bancaria, ¿por qué no se pueden salvar las cajas de ahorros españolas vendiéndolas a entidades crediticias de otros países?