Nunca saldremos de esta crisis sin el auxilio de un espejito mágico. Algún alma caritativa debería regalárselo cuanto antes a Merkel. Así podría impartir sus muy cargantes lecciones de moralina macroeconómica a quien más las necesita: ella misma. Y es que por mucho que se empeñe en buscar pigs hacia el sur, bien lejos de los virtuosos gentilhombres de Berlín, los genuinos residen a dos pasos de su despacho. Ahí, delante de sus autocomplacientes narices, sentados en el Consejo de Administración del Deutsche Bank et altri, tiene a los responsables últimos de este carajal sistémico. Que no otros resultan ser los padres putativos de su burbuja, la burbuja alemana.
Pues, por mucho empeño que ponga en olvidarlo, fueron tan prudentes, ejemplares y beneméritos caballeros quienes decretaron la barra libre del crédito en el guateque meridional del ladrillo. Sin ellos y su insensata, temeraria prodigalidad, jamás el globo hubiese alcanzado la dimensión estratosférica que precedió al pinchazo. ¿O alguien en su sano juicio barrunta que los depósitos domésticos de cajas y cajitas hubiesen podido costear la kermés cementera hispana? Ni en broma. La hija del predicador tiene más razón que un santo de palo. Ha habido, claro que sí, una enorme responsabilidad de la autoridad política en la gestación del desastre. Tanta que solo la frívola negligencia libertaria del Bundesbank permite entender que haya resultado posible tamaño despropósito. Y ahora toca rescatar a Merkel de la bisoña impericia de Merkel.
A fin de cuentas, nuestro agujero es su agujero: la gran deuda de nuestros bancos es con sus bancos. Obviedad que viene a reforzar el postulado último de Christine Lagarde, que tampoco es precisamente una dirigente de la facción trotskista de Syriza. En un rapto de lucidez, la directora general del FMI ha dado en suscribir la propuesta española para que la Unión tome el control directo de las entidades, sin intermediación del Estado. Otra obviedad, por lo demás. Porque no cabe solución distinta al bucle infernal de la economía vudú: el Gobierno se empeña hasta las cejas para mantener en pie a la banca, que a su vez se endeuda hasta el delirio para apuntalar las finanzas del Gobierno. Y vuelta a empezar. Lo dicho, Arquímedes necesitaba una palanca, nosotros apenas un espejo.