Pasadas las cardíacas elecciones griegas, enredados en un ciclo infinito de cumbres, la estabilidad se resiste a instalarse.
Un economista que guardó la sangre fría a lo largo de esta crisis, John Taylor, pidió recientemente certidumbre frente a los bandazos a los que acostumbra Europa. Lo malo es que ni siquiera tiene culpa. Aunque el equilibrio de poder real favorece a Alemania, especialmente después del descuelgue voluntario de Francia del liderazgo europeo eligiendo a un socialista que cacarea crecimiento augurando más deuda, Europa no puede obligar a cumplir las condiciones mínimas del crecimiento que son conocidas: contención del gasto, pago de las deudas y competitividad. Carece, y esto es más urgente, de los mimbres para pagar las deudas. Tras comprar el BCE, participado mayoritariamente por Alemania y dominado por el Bundesbank, títulos en los mercados secundarios desde mayo de 2010, tras prestar a largo plazo a los bancos y tras incontables medidas de liquidez que acabaron por superar a la sustancial ayuda proporcionada por Obama a los bancos, la situación no mejora. Aún peor, la grandísima locomotora alemana, presuntamente capaz de todo por su poder desmesurado y eficacia económica, crece al 0,5%, y como es malísima y no pondera bien sus intereses, según predican los siempre clarividentes socialistas patrios, se resiste a compartir las deudas de sus socios.
España no es demasiado grande para caer, es demasiado grande para ser ayudada. Conviene no olvidarlo. Alemania sabe que una intervención decisiva del BCE, más allá de su ortodoxia inflacionista y de promover el mal ejemplo, es a la vez ineficaz, costosa, e inviable, además de letal desde la perspectiva electoral.
Así que, sorpresa, tenemos un problema. Las economías capitalistas, en que se supone vivimos, no sobreviven sin crédito ni meritocracia. Ambas cosas faltan y además nos sobra peso del estado en la economía, especialmente en servicios que puede prestar el sector privado, como sanidad o educación, que para más inri encomendamos aquí a las comunidades autónomas. Esos organismos de nula racionalidad económica y justificación nacionalista que controlaban las cajas quebradas hoy receptoras de 100.000 millones.
Podemos lamentar durante horas la leche derramada de la inacción de Zapatero, o la ausencia de presupuestos, documento político y económico fundacional del Estado, o el injusto juicio suscitado por nuestras reformas laborales, de pago a proveedores, o de ajuste de cuentas públicas. Siempre que en el minuto exactamente siguiente nos percatemos de que esa decepción es irrelevante.
Hay que hacer lo que se impone no para contentar a otros sino para salvar la economía española que estaría en la misma situación si controlara la moneda. Devaluar no paga deudas denominadas en euros.
Es urgente una reforma global y coherente que rebaje peso público y favorezca el crecimiento, para lo que subir impuestos no es recomendable, como muestra el fracaso de los últimos intentos tanto en IVA como renta. Tómense las riendas y dense certidumbres. Ya.