Nunca antes unas elecciones griegas habían suscitado tal expectación en España y toda Europa. Hace tan solo unos años habrían pasado desapercibidas. Y es que más que un nuevo Gobierno, los griegos han participado en un plebiscito sobre la continuidad del país heleno en el euro y que muchos analistas extendían al futuro mismo de la monenda única. Quien les diría a los firmantes del Tratado de Maastricht que lo que entonces era un hito iba a pender tambaleante de los resultados de unas elecciones en uno de los países con menos población y PIB de la Unión Monetaria. Prueba de que, más allá de la crisis, algo ha fallado en el diseño de un proyecto tan ambicioso.
Los resultados provisionales apuntan a una victoria de la mayoría proeuro y la derrota de la coalición de izquierda populista liderada por un iluminado irresponsable que responde al nombre de Tsipras. A estas horas son muchos en todo el mundo los que habrán exhalado un suspiro de alivio, desde la Casa Blanca a La Moncloa, pasando por la cancillería alemana. Pero convendría ser más que prudentes. Tratándose de Grecia toda cautela es poca. Desde que se aprobara el primer rescate, los diferentes gobiernos que se han sucedido en el poder en Grecia han tomado el pelo, literalmente, a la Unión Europea, incumpliendo todas y cada una de las condiciones. En Grecia no se ha implementado una sola reforma en estos tres años y ni siquiera se ha producido un verdadero ajuste de las cuentas públicas. Bienvenida sea la voluntad de permanecer en el euro de Nueva Democracia, ganadora de las elecciones, pero debe ir acompañada de un cambio de actitud que haga creíble el compromiso de los griegos con sus socios europeos. Solo así sería posible renegociar las condiciones del rescate como pretende el futuro primer ministro Samaras. Conviene recordar que los únicos responsables de las penurias y dificultades a las que tienen que hacer frente los griegos son sus propios dirigentes, que han arruinado el país, y no la troika ni Angela Merkel.
Una vez resuelta parte de la incertidumbre sobre el futuro inmediato de Grecia cabe esperar que el Banco Central Europeo se decida a comprar deuda pública de España, que cerró la semana bursátil con el bono a diez años y la prima de riesgo en máximos históricos. Su inoperancia resultaba incompresible, salvo que pretendiese asustar a los griegos. Objetivo cumplido. Un manguerazo del BCE no es la solución a largo ni a medio plazo, pero sí un alivio para un país como España, cuyo Gobierno, a diferencia del griego, sí ha cumplido, al menos en parte, con lo que exigían sus socios europeos. Pero esto no quiere decir, como repiten algunos miembros del Gobierno español, que no se pueda hacer más. Para que el futuro de España no dependa nunca más de unas elecciones griegas o de los caprichos de Mario Draghi, Rajoy debe acometer un recorte del gasto mucho más severo e impulsar un paquete de reformas mucho más profundo. No basta con anunciarlas. Se puede y se debe.