Este jueves el diferencial del bono español con respecto al alemán se ha situado en un nuevo máximo histórico desde la entrada del euro. Personalmente, pocas cosas me resultan tan comprensibles que esta creciente desconfianza que los mercados están mostrando hacia la deuda española; más aun si tenemos en cuenta que, estando ya en niveles peligrosamente altos, el Gobierno la acaba de elevar en un 10% del PIB mediante el supuesto "rescate" a nuestro sistema bancario. Estos fondos, en concepto de intereses, elevarán la desviación en nuestro compromiso de reducción del déficit en un adicional 0,6% del PIB. Y eso, según las versiones más increíblemente optimistas.
Ni que decir tiene que el Gobierno nos ha vendido, sin embargo, este nuevo endeudamiento como una forma de sanear nuestras entidades financieras, lo cual permitiría recuperar los préstamos con fantásticos intereses. Es más. Hay prestigiosos analistas que nos venden este mismo cuento, sin explicarnos por qué, entonces, ningún agente privado se ha lanzado a ese formidable negocio de rescatar a nuestras entidades financieras y se ha tenido que recurrir al dinero del forzado contribuyente.
En cualquier caso, lo decisivo no es lo que consideren estos prestigiosos analistas u otros que opinen lo contrario, sino precisamente los mercados a los que se trata de pedir prestado. Y los inversores, simplemente, no ven un propósito de enmienda lo suficientemente claro como para dejar de considerar que este endeudamiento adicional por parte del Reino de España no sea otra cosa que intentar apagar un fuego con más gasolina.
Y es que estos rescates, como las envilecedoras intervenciones que se están pidiendo al BCE, como toda fórmula de colectivización de la deuda, no sólo no solucionan el problema sino que lo encubren incentivando que vaya a más. El problema es tan simple y al mismo tiempo tan brutal, duro, y difícil como lograr que el Estado se transforme en algo tan radicalmente distinto a lo que es hoy en día como para poder conseguir que gaste en función de sus ingresos. Se trataría, pues, de redimensionar la administración pública, pues debemos tener en cuenta –tal y como diría Vidal Quadras– que alimentar a un tigre como si fuera un gato apenas cambiaría nada si seguimos teniendo un tigre.
El Gobierno de Rajoy simplemente camufla la escasez de la reducción del gasto que ha llevado a cabo en la administración central, como camufla la falta de ajustes en las autonomías mediante avales a su endeudamiento y mayores transferencias, todo para no tener que cumplir sus amenazas de intervención. Eso sí, lo que está haciendo muy claramente es pedir la monetización de la deuda, el envilecimiento del euro, como chantajista forma de sostenerlo.
Recordando la famosa parábola del hijo pródigo. Yo no digo que el padre no tuviera que hacerse cargo de los pufos que habría dejado el hijo en su etapa de despilfarro. Pero sin un claro y previo ánimo de enmienda, ofrecerle nuevas ayudas solo serviría para perpetuar esa prodigalidad, incentivarla en el otro hijo que se había mantenido austero y llevar a toda la familia a la ruina.