Aunque los pronósticos de Rajoy y su ministro de Economía eran muy optimistas, las presiones sobre la economía española siguen agudizándose a pesar del anuncio del rescate bancario hecho público el pasado fin de semana. Ayer el Gobierno, junto con toda la sociedad española, vivió otra jornada de pánico con la prima de riesgo disparada a unos niveles en los que el rescate del país ya no es una amenaza lejana sino toda una certeza, a menos que cambie mucho la situación. Todo ello es la consecuencia natural de haber considerado como una estación de término esa inyección de capital internacional, la famosa "ayuda financiera" según la terminología al uso, y no como un acicate para poner en marcha de una vez las reformas que el Gobierno lleva anunciando desde hace meses.
El ejecutivo de Rajoy sigue teniendo por delante una inmensa labor que incomprensiblemente se resiste a acometer más allá de algunas decisiones puntuales en la buena dirección, como la liberalización de algunos sectores económicos, y otras discutibles como la subida de la presión fiscal a los contribuyentes. La principal tarea que tiene todavía pendiente es la reforma a fondo del sistema autonómico, el principal peligro para cumplir los objetivos de déficit comprometidos con la Unión Europea, asunto sobre el cual se ha limitado a imponer una cierta disciplina presupuestaria cuyo cumplimiento por parte de las comunidades autónomas está todavía por ver.
A esta inacción del Gobierno español se suma el estupor de un Banco Central Europeo, empeñado en dilatar la toma de decisiones urgentes que proporcionen liquidez para superar las adversidades crediticias actuales. Ni siquiera la inminencia de las elecciones en Grecia puede justificar esta parálisis en el órgano responsable de velar por las finanzas continentales, porque de producirse una debacle crediticia con quiebras soberanas en cadena sería el sistema euro el que saltaría por los aires, precisamente la primera eventualidad que la institución presidida por Mario Draghi debe evitar.
Hay que actuar y hacerlo ya, porque la situación es cada vez más agónica. El Gobierno de España demostrando que está dispuesto a introducir reformas de calado en nuestro disparatado sector público y en la gestión solvente de sus instituciones financieras, y el Banco Central Europeo y los órganos económicos de la UE proporcionando los medios a corto plazo para que ese proceso pueda llevarse a cabo sin las tensiones diarias a que estamos acostumbrados.
No sólo se trata de España, sino de la supervivencia misma del Euro. ¿Qué más hace falta para que unos y otros se pongan a trabajar en serio de una maldita vez?