En su poco conocido Diccionario del Diablo, Ambrose Gwinet Bierce, se refiere a la palabra "rescate" de esta guisa: "Rescate, s. Compra de lo que no pertenece al vendedor, ni puede pertenecer al comprador. Es la más improductiva de las inversiones". Pero como distinguió Cervantes hay prisioneros de rescate, cautivos de consideración, y otros prisioneros en los baños de la morería. Esperemos que el caso de España, economía de consideración, no haga lo mismo que Borges cuenta, en su zoología imaginaria, sobre un banquero de cobre con plomo en el pecho que rescató primero y después abandonó en Las Mil y una noches al mendigo, que era hijo del Rey. Tanto tiempo negándose al rescate, este gobierno y el otro, la Causa Primera de todos los males que la izquierda española, genéticamente tuerta, sólo ve en el PP, para al final ser rescatados por 100.000 millones de euros, de la noche a la mañana, en plena final de Roland Garros y jugándose ya la Eurocopa. Esto, unido al hecho que el rescate es en realidad un préstamo a la banca, nos deja con esa mirada turbia del tonto de capirote que no sabe dónde está ni lo que le espera.
Uno, que pertenece a la especie de los cautivos sin consideración, esto es, aquellos que no iban a ser rescatados por nadie y que por ello se destinaban al trabajo forzado y forzoso, quiere entender lo que ha pasado desde el principio. Por ejemplo, quisiera saber cuánto dinero se ha dedicado ya al rescate de la banca en España desde los tiempos de la Banca Catalana de Jordi Pujol, favor de Felipe González, y qué desperfectos ha causado esta riada de dinero en el supuesto Estado del Bienestar de los españoles. Del bienestar, ¿de quién?, me sigo preguntando en una región como la andaluza donde la tasa de paro ronda el 34 por ciento, su PIB está a la cola de España y su riesgo de pobreza a la cabeza. Más cercanamente, espero que Rajoy explique cuánto dinero se ha destinado a la banca privada española y a la banca semipolítica, que no pública, en fin, las Cajas, del tesoro común de los españoles. Y ansío, demando y exijo que Rajoy, de una vez, explique a los españoles qué herencia se encontró y señale con el dedo a quiénes han sido los responsables de esta ruina que parece diseñada por los más expertos enemigos de España.
Una vez despejadas estas primeras incógnitas, necesito que alguien me explique por qué los trabajadores asalariados, empleados públicos y privados, los profesionales libres y las pequeñas y medianas empresas, sobre todo, tenemos que cargar nuestras espaldas con el pesado fardo de los errores de gestión y decisión de una minoría, a la que hay que poner nombre, apellidos y pecados en vez de dejarla seguir como si nada hubiera pasado. Y necesito como el comer que alguien me aclare quién va a pagar los intereses de este préstamo bagatela de sólo el 10 por ciento del PIB nacional anual. Estoy perplejo por la simplicidad del razonamiento de algunos de nuestros políticos que usan el dinero público como si no fuera de nadie –ya saben quién lo dijo–, y que asimismo consideran que la responsabilidad política tampoco es de nadie. O sea, que Nadie existe, como ya descubrió el astuto Odiseo. Dicho en cristiano, ya que estamos en pleno rescate, Rajoy tiene que explicar cómo se ha ido la economía española, y sus puestos de trabajo, al carajo y pasa como cuando la primavera ha venido, que nadie sabe cómo ha sido.
A estos, a los responsables de la ruina de la casa España, les deseo la dulce clemencia de Julio César que, tras rendirse unos piratas que le habían hecho prisionero y exigían un rescate por su persona, sólo los estranguló aunque los amenazó con crucificarlos, cosa que hizo después de muertos para ahorrarles sufrimientos. Es un decir, claro, porque entonces no había mercedarios.