En el día más decisivo para la supervivencia de la economía española, Mariano Rajoy ha considerado que su presencia ante la opinión pública española para dar cuenta de la ingente operación de rescate aprobada por la Unión Europea no era necesaria. Esta huida voluntaria del presidente del Gobierno ocurre después de una semana en la que sus ministros han insistido en negar lo que era una evidencia, la entrada de capital europeo en nuestro sistema financiero, lo que dice muy poco de un ejecutivo que insiste en su voluntad de transparencia y responsabilidad para recuperar la confianza perdida tras la penosa gestión de su antecesor. El ministro de Economía ha compensado algo esa imagen perjudicial respondiendo todas las cuestiones planteadas por los medios de comunicación en una larga rueda de prensa, pero la gravedad del asunto que se ventilaba requería una comparecencia al máximo nivel que el gobierno ha preferido hurtar a los ciudadanos.
Más allá de la querencia del gobierno por el eufemismo, con De Guindos llamando insistentemente "apoyo financiero" a lo que es a todas luces un rescate en toda regla, es evidente que la importantísima inyección de fondos que las instituciones europeas van a practicarle a nuestro sistema financiero tendrá consecuencias a medio plazo que no cabe desdeñar.
En primer lugar, si bien es cierto que el capital del rescate ya puesto oficialmente en marcha no tendrá incidencia en el déficit público en el presente ejercicio, no ocurrirá lo mismo con los intereses que devengue esa deuda en el futuro, que el Gobierno deberá satisfacer en cumplimiento de las cláusulas del acuerdo que finalmente se suscriba. Pero es que además ese "apoyo financiero", en palabras del ministro de Economía, se sumará al volumen de deuda pública ya existente, lo que aumentará a medio plazo las dificultades que España ya experimenta para financiarse en el exterior.
No cabe esperar un repunte sensible de la prima de riesgo en estos primeros días, puesto que este inevitable rescate financiero ya había sido descontado por los mercados. Sin embargo mal hará el Gobierno relajándose ante este panorama cortoplacista, porque un aumento del nivel de deuda en nueve puntos del PIB de una sola vez no aventura un panorama precisamente halagüeño para una economía que necesita seguir contando con financiación exterior para sobrevivir.
Lo mejor que cabe decir sobre la decisión adoptada ayer por el Eurogrupo es que no implica necesariamente una cesión adicional de soberanía en materia presupuestaria o fiscal y que, además, el dinero necesario para reflotar nuestro sistema financiero se va a recibir en condiciones más ventajosa que las del mercado. Ahora bien, lejos de representar un motivo de relajación, la constatación de los problemas de España y la gravedad de las medidas adoptadas en el exterior para devolverle la solvencia, han de suponer para el Gobierno una exigencia añadida para avanzar mucho más en el programa de reformas necesario para salir de la crisis. Si el Gobierno lo entiende también así el rescate de la banca habrá tenido un efecto beneficioso añadido, tal vez más importante que el mero "apoyo financiero" al que el ministro de Guindos se refería ayer ante la ausencia clamorosa de Mariano Rajoy.