Antes, en inglés, la maternidad era el no va más comparativo del acuerdo aprobatorio, seguida, para los americanos, de la tarta de manzana. Hoy ya es dudoso. Ahora el crecimiento pugna por desplazarla. Al menos a la tarta. Sin embargo alguno son acusados de ser arteros enemigos de tan gran bien, los que podríamos llamar "austeritarios", cuyos acusadores no dudan en rebajarlos a meros "autoritarios", cuando no cosas mucho peores: quieren destrozar las sociedades, destruir los países, la civilización, reducir las masas a la miseria (véanse las obras completas de Rubalcaba y Valenciano, entre otros muchos eximios autores). Los paladines mundiales de ambas posiciones se han reunido en Camp David, la residencia de descanso del presidente americano, para dirimir el pleito. La nadería de su declaración final bate records cósmicos, lo que no le impide al New York Times titular que "Los líderes mundiales exhortan al crecimiento, no a la austeridad". ¡Que santa Lucía le conserve la vista o que todos los santos del cielo le proporcionen un poquito de honradez
Si los grandes de este mundo tratan de confundirnos tan miserablemente sobre sus profundas desavenencias y Obama, en estrecho abrazo con Hollande, nos oculta que lo que quiere es reactivar al enfermo europeo con agresivos fármacos de artificial y efímera eficacia y contraproducente efecto para que no le fastidie sus elecciones, ¿qué podemos hacer la gente de la calle?
Simplemente tratar de aclararnos. Cierto. El crecimiento es tan bueno como la maternidad lo ha sido siempre y mejor que la tarta de manzana. Nadie lo discute. Es falso que esté ahí la pelea. Es universal el acuerdo sobre que ese es el objetivo. La única manera de salir de la crisis. Pero la maternidad requiere nueve meses, no todos ni siempre buenos, un parto y lo que viene detrás, mientras que las política austeras, que nos obligan a la supuesta locura de vivir al nivel de nuestras posibilidades reales, ahorrando además para pagar las deudas que penden de nuestro cuello cual ruedas de molino, llevan un par de años en dar resultados, y al principio aumenta el paro: hay que eliminar gravosos empleos inútiles, reducir sueldos y costosas prestaciones y, por tanto, el consumo. Eso reduce la actividad económica, todos vivimos peor –y los pocos que no, suerte que tienen, pero no son el problema, más bien sus excedentes, que no hay que ahuyentar: son importantes para la recuperación–. Pero la austeridad fuerza los precios a la baja y, sobre todo, reduce los costos de producción laborales, los decisivos. Todo ello tiende a hacer más competitiva la economía y la relanza, dándole mayor cancha a la exportación. Llega entonces el crecimiento sostenible, hasta la siguiente burbuja, y salimos del túnel.
De que esto funciona así hay bastantes ejemplos. De lo contrario, no. Pagar las deudas con dinero falso y estimular el consumo distribuyendo ese dinero entre la clientela electoral izquierdista y regalar servicios estatales impagables no es más que euforia momentánea.