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Manuel Llamas

España necesita derecha dura

El país carece de una derecha sólida, una derecha dura capaz de aplicar con convicción políticas liberales en el ámbito económico y firmes principios conservadores en la acción pública. Hoy, más que nunca, España navega entre dos izquierdas.

El país carece de una derecha sólida, una derecha dura capaz de aplicar con convicción políticas liberales en el ámbito económico y firmes principios conservadores en la acción pública. Hoy, más que nunca, España navega entre dos izquierdas.

El espectro político español se ha convertido en un páramo en el que la ausencia de alternativas es el común denominador. En este sentido, el votante medio tan sólo puede elegir entre lo malo y lo peor. El "giro al centro" que, finalmente, ha culminado el PP a lo largo de los últimos años, materializado en una firme aproximación a los postulados de izquierda en casi todos los ámbitos, ha dejado un enorme vacío en la derecha ideológica que, hoy por hoy, carece de representación parlamentaria.

Por si aún quedaba alguna duda, el líder de los populares, Mariano Rajoy, afirmaba lo siguiente el 19 de abril de 2008: "[...] si alguien se quiere ir al partido liberal o al partido conservador que se vaya". Pocas veces fue tan sincero y convincente como entonces. Efectivamente, la actual cúpula popular no ha dejado ni el más mínimo resquicio a dichas corrientes, opuestas frontalmente al colectivismo y al estatismo imperante, de modo que socialdemócratas y democristianos han terminado por imponer su particular monopolio tanto en Génova como en Moncloa.

El PP no es un partido de derechas, por mucho que así lo quieran ver socialistas y comunistas. Es una formación situada claramente a la izquierda del tradicional espectro ideológico, una izquierda light o moderada si se prefiere, pero izquierda al fin y al cabo. Así pues, con estos mimbres, no es de extrañar que su acción política al frente del gobierno apenas haya sufrido variación alguna con respecto al anterior ejecutivo socialista de Zapatero, para sorpresa e indignación de muchos de sus votantes.

En materia económica su manido cambio de rumbo no es tal. A nivel presupuestario, Rajoy –no Zapatero– ha aprobado la mayor subida fiscal de la historia de la democracia, colocando a España a la cabeza de los impuestos directos más elevados de toda la UE, mientras que los tan denunciados recortes brillan por su ausencia. No en vano, la consecución del objetivo de déficit público para este año, fijado en el 5,3%, dependerá casi en un 50% de que se cumpla la previsión de aumento de ingresos y en otro 50% del recorte de gastos. Y todo ello, junto a un plan de lucha contra el fraude fiscal y el empleo irregular, cuyos ejes son calcados a las medidas que defiende Izquierda Unida.

En cuanto a la reforma laboral, si bien está bien encaminada, aún presenta elevadas incertidumbres y debilidades debido a su falta de ambición y profundidad. Por su parte, la reforma financiera en nada se diferencia de la impulsada por el PSOE y, de hecho, tal y como se preveía, se ha quedado muy corta, de modo que asistiremos a nuevos planes de recapitalización y apoyo financiero con dinero público en forma de rescate –muy probablemente, europeo–.

En cuanto al ámbito energético, si bien el PP ha declarado una moratoria temporal en el cobro de primas renovables para nuevas instalaciones, en ningún caso está dispuesto a renunciar al sistema de subvenciones verdes ni al impulso público de las energías ecológicas, y mucho menos a liberalizar por completo el ultra regulado sector energético español. De hecho, incluso ha mantenido las aberrantes subvenciones a la compra y producción de coches eléctricos instauradas por el exministro de Energía Miguel Sebastián.

Ahora, Rajoy también apuesta por combinar la austeridad que pretende imponer Merkel con un nuevo plan de gasto público a nivel comunitario que, bajo la engañosa etiqueta de "agenda de crecimiento", ha sido reclamado insistentemente por los líderes socialistas europeos, tales como Hollande o el propio Rubalcaba.

La continuación de la política antiterrorista iniciada por Zapatero es, quizá, el ejemplo más palmario de que, si bien el envoltorio político ha cambiado, el contenido sigue siendo muy similar. La izquierda socialdemócrata ha conformado un bipartidismo monolítico que deja escasas opciones al auténtico cambio de rumbo que realmente necesita España. Y es que, el país carece de una derecha sólida, una derecha dura capaz de aplicar con convicción políticas liberales en el ámbito económico y firmes principios conservadores en la acción pública. Hoy, más que nunca, España navega entre dos izquierdas.

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