Llevamos una semana amagando. Nuestro Gobierno, muy serio, ha dicho que habrá consecuencias, que considera la incautación una agresión directa a España y que está estudiando con sus aliados la respuesta más adecuada. Pero, hasta hora, nada concreto se ha hecho. Ni nadie, que yo haya leído, ha sugerido nada sensato, salvo llamar al embajador a consultas, aunque de momento allí sigue. Sí ha habido voces que, casi susurrando, mientras chistaban ayudándose del dedo, han sugerido que hay que llevar cuidado en cómo se va a reaccionar porque peligran otras muchas inversiones españolas enterradas allí, en especial la de Telefónica. El caso es que el cachetazo ha sido tan sonoro que ha retumbado en todo el orbe, de forma que dejarlo sin respuesta se antoja inaceptable. Ahora, peor que no hacer nada es amagar y no dar. Y eso es en lo que muy bien podría quedarse la cosa.
Pasan las horas, pasan los días, y nuestro Gobierno se va dando cuenta de que nada realmente contundente puede hacerse sin la ayuda de la Unión Europea o los Estados Unidos. De Bruselas, o mejor, caretas fuera, de Berlín solo cabe esperar buenas palabras. En público, eurócratas y gobernantes dirán que están muy preocupados. En privado, nos sermonearán diciéndonos que nos está bien empleado por invertir en Argentina. En las riberas del Potomac tampoco moverán un dedo porque bastante tienen con proteger sus inversiones allí, que no son tan cuantiosas como las nuestras, pero no son despreciables. Y sobre todo, si sienten la pulsión de echarnos una mano, puede que haya alguien en el departamento de Estado que se acuerde de cómo les dejamos en la estacada en Irak hace ocho años, una huida que los españoles aplaudimos tanto como los argentinos jalean hoy la expropiación de YPF. Bueno, dirán algunos, eso eran cosas de Zapatero y ahora está Rajoy, que es mucho más serio. Aparte el hecho de que nuestro presidente no movió un músculo cuando Zapatero retiró nuestras tropas, quien les abandonó, a ojos de Washington, no fue ni Zapatero ni Rajoy, sino España. Y desde entonces llevamos en la frente un letrero, que también llevan los argentinos, que dice "país poco fiable". ¿Cabe entonces extrañarse de que la respuesta de Clinton haya sido tibia?
Ojalá me equivoque, pero me temo que en esto nos vamos a quedar a la luna de Valencia, amagando sin dar, como un fanfarrón de arrabal cualquiera. Y algún bonaerense acabará deleitando a los clientes de El Viejo Almacén con un nuevo tango que cante al gallego que, queriendo ser capo, se quedó en otario. Lo que no sabremos es si estará dedicado a Brufau o a Rajoy. Da igual. De algún modo, lo estará a todos nosotros.