Este jueves ha visitado España una delegación de la Comisión Europea para comprobar los avances que está haciendo nuestro país en relación con el ajuste presupuestario. Esto que, en principio, puede parecer muy normal en realidad no lo es tanto si se tiene en cuenta que Bruselas no envía a nadie a comprobar nada a menos que sospeche que las cosas no se están haciendo como deben o, simplemente, no se están haciendo. Y es que el Ejecutivo comunitario puede tener razones para dudar del Gobierno español.
De entrada, y a pesar de la crisis y de la insistencia del PP en que se adelantaran las elecciones que le llevó al poder, cuando llegó la hora de la verdad, el Gobierno retrasó la presentación del presupuesto para este año hasta que pasaron las elecciones andaluzas, simplemente por motivos políticos. Las urgencias de finales de 2010, por tanto, pasaron a no serlo tanto cuando se entremezclaron con el calendario político particular del Ejecutivo. Ese hecho ya inquietó a la Comisión, que quiso que el presupuesto se presentase cuanto antes y presionó a Rajoy al respecto, pero sin resultado alguno. Con ello ya se dio el primer motivo para la sospecha.
Después llegó la relajación del objetivo de déficit para este año que, aunque comprensible, tampoco sentó nada bien en Bruselas. Y cuando se presentó el presupuesto, empezaron los problemas. El Gobierno fía una buena parte del ajuste a los ingresos que espera obtener con la injusta amnistía fiscal que ha aprobado, algo que, ni mucho menos está garantizado que consiga. Y lo mismo se puede decir de otras previsiones de ingresos y gastos de dudoso cumplimiento, como si el presupuesto estuviera hecho deprisa y corriendo. Después vino la falta de concreción en relación con la parte del ajuste fiscal que le toca asumir a las autonomías y, entonces, los mercados se pusieron nerviosos. Para arreglarlo, empezaron las declaraciones de todo tipo, como eso de que el Ejecutivo está dispuesto a intervenir a todas aquellas comunidades autónomas que no hagan sus deberes, y el anuncio de nuevas medidas, unas veces confirmado y otras desmentido, lo cual suena a improvisación pura y dura. En resumen, la política de ajuste económico parece instalada en la ceremonia de la confusión y eso, además de intranquilizar a los mercados, hace pensar en Bruselas que pueden estar ante una nueva versión del caso de Grecia.
A todo ello Rajoy contesta insistiendo en el compromiso de España con el euro. Claro, no le queda más remedio que decir esto porque nuestra economía vive dopada por las ayudas e intervenciones del BCE y en cuanto éstas cesan, vienen los dolores. Pero en Europa no deben de tenerlas todas consigo cuando nos han enviado una delegación para inspeccionar al Gobierno, en medio de fuertes rumores de intervención. Eso es lo de verdad inquietante, la visita.