Génova debería tomar buena nota del varapalo electoral obtenido en Andalucía. Las encuestas han fallado estrepitosamente tras otorgar por anticipado, y durante meses, una mayoría absoluta para Javier Arenas que, finalmente, no se ha materializado en papeletas suficientes para gobernar. PSOE e IU pactarán para formar un Ejecutivo de izquierdas. Muchos -que no todos- daban por hecho que el PP arrasaría en las autonómicas andaluzas, tal y como aconteció en las generales del pasado noviembre. Sin embargo, todos ellos olvidaron un hecho diferencial: Rajoy no venció en las urnas; los españoles castigaron a Zapatero otorgándole el poder a su adversario... Y muerto el perro, se acabó la rabia.
Es muy probable que Arenas se hubiera hecho con la Junta en caso de que las autonómicas coincidieran con las generales, y por eso, precisamente, Griñán apuró hábilmente la legislatura, evitando así que el efecto Zapatero lo borrase del mapa político, tal y como aconteció en Extremadura y otros feudos socialistas en las elecciones regionales y locales de 2011. Pero el expresidente ya no está en la Moncloa, ahora es Rajoy quien ocupa su puesto, de forma que el temido voto de castigo ha desaparecido. Así al menos lo corroboran los datos: Griñán tan sólo perdió 65.000 votos frente a los obtenidos por Rubalcaba en Andalucía el pasado 20-N (un 4,3% menos); mientras que Arenas acaba de perder 400.000 con respecto a Rajoy (el 21,5% del electorado). IU, por su parte, ha mejorado sus resultados de forma sustancial, tras duplicar escaños -de 6 a 12- y aumentar sus votos en casi 120.000.
No es nada nuevo. Los andaluces llevan casi 30 años votando izquierdas, y mucho tendrá que cambiar el PP para revertir esta anquilosada situación. Y es que, Arenas, siguiendo la escuela de Rajoy, ha renunciado por completo al debate de las ideas. El votante medio empieza a percibir que no existente grandes diferencias entre PP y PSOE porque, efectivamente, no las hay. Ambos partidos conforman una partitocracia bipartidista que cada vez es más denostada por la población. Y una crisis económica, por muy dura que ésta sea, no es razón suficiente para tumbar a los socialistas andaluces, y aún menos si la alternativa política es difusa y, además, carece de convicción.
No en vano, Andalucía está acostumbrada a liderar el vagón de cola: su tasa de paro siempre ha sido muy superior a la media nacional y, pese a las inmensas transferencias recibidas durante décadas, se mantiene como una de las regiones más pobres de Europa, con una renta per cápita que apenas alcanza el 80% de la media comunitaria. Y para atenuar el descontento social lo único que ha hecho el PSOE es, simplemente, emplear esos recursos extra provenientes de la "solidaridad interterritorial" (financiación autonómica) para aumentar el gasto, disparar el número de empleados públicos y regar de subvenciones el campo andaluz. Si Arenas ofrecía casi lo mismo -garantizando entre otras cosas el PER andaluz-, ¿por qué cambiar?, ¿por qué arriesgarse a perder tales regalías si, además, ya no hay un Zapatero que justifique el voto de castigo?
Como resultado, las bases socialistas se han mantenido incólumes y el trasvase de votos, en todo caso, ha ido a parar a IU. Por el contrario, muchos populares que sí apostaron por Rajoy el 20-N han desertado con Arenas apenas cuatro meses después. La mayoría ha preferido quedarse en casa, quizás como muestra de enfado ante la deriva piji-progre adoptada por el Gobierno del PP. ¿O es que acaso ha cambiado mucho el panorama respecto a lo que había con Zapatero? Rajoy también ha subido de forma sustancial los impuestos; mantiene Patrimonio y ahora pretende elevar el Impuesto de Sociedades; continúa la reforma financiera iniciada por el anterior Ejecutivo; ha puesto en marcha la Ley Sinde; rescata a CCAA y ayuntamientos; sostiene la burbuja renovable; ha elevado el objetivo de déficit como pedía Rubalcaba; no elimina subvenciones a patronal, sindicatos y artistas; sigue la senda marcada por su antecesor en materia antiterrorista; aborto, "matrimonio" gay, LOGSE... ¿Seguimos? Ha cambiado la legislación laboral, eso sí, y aunque tiene aspectos positivos e innovadores, la reforma se queda lejos de ser ambiciosa y, por tanto, eficaz a corto plazo ante el drama del paro.
Y mientras Génova se ha decantado por seguir pusilánime en lo político y socialdemócrata (de "centro") en lo económico, las notas discordantes del PP, como es el caso de Cascos en Asturias y, muy especialmente, Aguirre en Madrid, siguen cosechando éxitos en las urnas, pese a las zancadillas. El caso más palmario es que Aguirre, no Arenas ni Rajoy, acabó, por méritos propios, con el cinturón rojo de la región, el tradicional granero de votos socialistas en la Comunidad de Madrid. La lección de las andaluzas es clara: o Rajoy se pone las pilas y empieza a gobernar en serio, adoptando todas las reformas en profundidad que precisa la economía para salir del atolladero, o la crisis también borrará a Rajoy del mapa en las próximas generales. El efecto Arenas debería servirle de advertencia.