La mentira se ha convertido en un tópico recurrente entre los políticos españoles durante la crisis. Zapatero fue, sin duda, un maestro en el arte de ocultar la verdad. Ya sea por ignorancia supina ya sea por engaño manifiesto, la cuestión es que el expresidente socialista desvirtuó la realidad hasta la extenuación, con el objetivo de frenar en la medida de lo posible el fuerte deterioro electoral que le estaba infligiendo la recesión.
Así, por ejemplo, tanto él como sus ministros negaron la llegada de la crisis hasta el último suspiro; tras aterrizar en España, rechazaron su gravedad y su origen, culpando a la crisis financiera estadounidense de todos los males; una vez instalada, se apresuraron a manifestar que el inicio de la recuperación era inminente; que el precio de los pisos empezaría a repuntar; que los "brotes verdes" anticipaban la salvación; que el número de parados nunca superaría los 3 millones primero, los 4 millones después; que el sistema financiero español era "el más solvente del mundo"; que España superaría en renta per cápita a Francia; que el Estado nunca estuvo al borde del rescate, que su solvencia estaba fuera de toda duda; que no se subirían los impuestos; que no se recortarían pensiones ni sueldos públicos; que las reformas aplicadas eran "profundas" e impulsarían el crecimiento...
Ante tal cúmulo de despropósitos, es normal y lógico que Rajoy aprovechara la coyuntura para presentarse a las elecciones generales como un presidente digno de confianza, bajo la promesa de que no engañaría de nuevo a los españoles. Por desgracia, el tiempo, apenas dos meses tras ocupar el cargo de presidente, ha demostrado todo lo contrario. Prometió no subir los impuestos y fue lo primero que hizo tras alcanzar el poder; se comprometió a cumplir de forma estricta con el objetivo de déficit marcado por Bruselas (4,4 por ciento del PIB) y lo ha terminado elevando hasta el 5,8 por ciento en 2012. Ahora, insiste en que no volverá a aprobar un aumento fiscal, pero oculta que parte del ajuste se llevará a cabo mediante más tasas y tributos a nivel autonómico y local, y ello sin contar una elevación del IVA a partir de abril que en ningún caso debe descartarse.
Normal, pues, que el alemán Handelsblatt, uno de los diarios económicos más prestigiosos de Europa, le otorgara el pasado viernes el título de "Pinocho del día", tras incumplir su promesa del 4,4 por ciento. Da igual que el Gobierno haya pactado o no esta cifra de antemano con Bruselas o que la elevación del objetivo responda a la recaída económica o al desvío cometido por el anterior Ejecutivo de Zapatero. Lo relevante aquí no son las excusas sino la reiterada violación de la palabra dada tanto a los electores como a los acreedores. Una persona, empresa o político que no cumpla sus compromisos, simplemente, no es de fiar. Y menos aún cuando el cumplimiento de dichos objetivos es perfectamente factible.
Y es que, por un lado, la recaída en recesión no justifica elevar el déficit. Por esa regla de tres, Grecia podría responder que su aún brutal agujero fiscal deriva de que su PIB cayó casi un 7 por ciento en 2011. Además, es posible alcanzar el 4,4% reduciendo gastos, sin subir ni un solo impuesto. Y, por último, la necesaria austeridad pública en ningún caso conllevaría un "crack nacional" como aseveran desde Moncloa, sino todo lo contrario. Así pues, pese al cambio de Gobierno, hay cosas que no cambian... La mentira es una de ellas.
Manuel Llamas
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'Pinocho del día'
Los hechos están demostrando que Rajoy no merecía tanta confianza. Ahora insiste en que no volverá a aprobar un aumento de impuestos, pero oculta que parte del ajuste se llevará a cabo mediante más tasas y tributos autonómicos y locales
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