Se puede discutir si era oportuno forzar a la democracia griega a la contención presupuestaria a cambio de préstamos de sus socios europeos y de una reestructuración de su deuda. Pero no es razonable disputar que la condición sine qua non para reconquistar el crecimiento económico en las economías europeas es reducir drásticamente el déficit. Sin embargo, esta es la cruzada propagandística, que no ideológica, en la que anda embarcada la izquierda.
Combatiendo la austeridad están así todos sus "pensadores", en primera línea de los cuales Leire Pajín, con otros correligionarios, a través de un artículo en Le Monde. He ahí un auténtico acontecimiento planetario. Que aquellos cuyo gasto desmedido y cuyo desprecio al contribuyente han provocado esta depresión que ahora hay que arreglar quieran dar lecciones es uno de los privilegios de la izquierda. Estas son las propuestas: tasa Tobin, economía "verde", comercio "justo", ayuda internacional (se refieren a darla, no recibirla), aumento del gasto europeo, la "resolución del conflicto de Oriente Medio" (porque, para la izquierda, todos los gastos económicos son pardos), etcétera. Aleluya, porque los parias de la tierra están salvados.
No es seguro, pero es probable que la iniciativa tuviera por objetivo contrarrestar la carta que doce primeros ministros europeos, entre ellos Rajoy, han enviado a la Comisión. Prácticamente todas las medidas incluidas allí para promover el crecimiento consisten en lo que se conoce como políticas de oferta, no de demanda. Simplificando: no del gusto del izquierdismo dominante. Sin embargo, han sido universalmente presentadas como un ataque frontal a Alemania y, con más gracia, Francia, países supuestamente malísimos, ávidos de restricción presupuestaria y rémoras al progreso económico únicamente posible bajo el socialismo-keynesianismo. Amén.
Entretanto, España ha cumplido con el rescate griego un importante objetivo. Horas después del acuerdo, la agencia de calificación Fitch rebajaba la nota crediticia griega constatando que este encubría una suspensión de pagos. Así es, felicitaciones a los perspicaces analistas. La clave estaba en enredar lo suficiente para que no lo pareciera y los inversores albergaran una esperanza de cobrar algo en el futuro, evitando el perjuicio a la financiación de otros, como España. Ha costado la asistencia continuada a un país que dudosamente quiere salir del atolladero, pérdidas de más de un cincuenta por ciento de los acreedores privados y la supervisión presupuestaria del país que inventó la democracia. No es poco y quizá sea demasiado.
Ahora bien, aunque seguramente es más entretenido salir a la calle a protestar cantando la Internacional mientras se olvidan sus consecuencias, siendo las económicas, aun desastrosas, las menos dramáticas –solo la imprescindible reducción del peso estatal en la economía y las reformas estructurales liberalizadoras que empiezan a sugerir los dirigentes europeos pueden dar esperanza a los humildes-. La historia se manifiesta primero como tragedia y luego como farsa, dijo Marx. El socialismo real fue ya bastante tragedia, así que Leire y compañía deben ser la farsa.