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Francisco Cabrillo

La Revolución mata a Condorcet

Cuando estalló la Revolución, Condorcet se puso al lado de los reformistas y críticó a los radicales. Con ello firmó su sentencia. Intentó ocultarse y escapar

Muchos historiadores actuales han puesto en cuestión algunos de los tópicos acerca de la Revolución Francesa, que se habían considerado casi verdades de fe a lo largo de los últimos siglos. Sin negar sus méritos indudables, hoy somos conscientes de que, en la Francia revolucionaria, en nombre de la libertad se implantó la dictadura y el terror;  y de que, en nombre de la razón, se ejecutó a uno de los mayores científicos de la época – Lavoisier – de quien hemos hablado ya en esta sección. Parecida suerte corrió nuestro personaje de hoy, Condorcet, fallecido en una prisión a la que fue conducido cuando trataba de escapar de la muerte a la que le habrían condenado, sin duda alguna, los jacobinos; y en especial Robespierre, quien, al escuchar a Brissot defender la obra intelectual de pensadores como Voltaire, D’Alembert y el propio Condorcet, respondió que se olvidara de tales personajes porque la reputación del nuevo régimen no podía basarse en reputaciones antiguas.

Nacido en 1743, en el seno de una familia de la vieja nobleza, pero de limitados recursos económicos, Jean-Antoine–Nicolas Caritat, marqués de Condorcet no quiso seguir la carrera militar de su padre y prefirió dedicarse al estudio de las matemáticas, de la economía y de la historia. En 1786, ya madurito, se casó con Sofía, hija del marqués de Grouchy, diecinueve años más joven que él. Parece que, más que el amor de su vida, Sofía fue para él una compañera intelectual, que, tras quedar viuda, dedicó mucho tiempo y esfuerzo a difundir y preservar la obra de su marido y a popularizar en Francia el que muchos consideraban aún el libro más importante de Adam Smith, La Teoría de los Sentidos Morales, que tradujo y publicó el año 1798.

Como economista, Condorcet fue un liberal convencido. Amigo de Turgot, escribió una biografía del gran economista y reformador de la Francia del Antiguo Régimen en la que defendió tanto sus ideas como sus políticas, en especial las referidas a las reformas fiscales y a la liberalización del comercio de granos, muy combatidas ambas por los grupos más conservadores.

Hoy valoramos mucho, además, sus intentos de dar un fundamento matemático al estudio de algunos problemas económicos. Un buen ejemplo lo encontramos en el denominado teorema del jurado, que se formula de la forma siguiente. Supongamos que un número de personas tiene que decidir por votación si un hecho es cierto o no y que la probabilidad de que acierten en su decisión es superior a 0,5 (una probabilidad de acertar de 0,5 es la que tenemos si tiramos una moneda al aire y votamos sí o no en función de que salga cara o cruz). Y supongamos también que las decisiones de las n personas son independientes unas de otras. En tal caso, cuando mayor sea n, mayor será la probabilidad de que el grupo llegue a la decisión correcta. Pese a que el teorema tiene muchas restricciones y algunos de sus postulantes son poco realistas, las implicaciones del modelo son claras para fundamentar, por ejemplo, la conveniencia de establecer sistemas políticos democráticos.

Pero la obra por la que Condorcet es más conocido entre los economistas es su libro Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano. Y lo es, curiosamente, porque la visión optimista del futuro de la humanidad que en él se presenta contrasta de forma notable con el pesimismo de Malthus, que tanta influencia tendría en la economía clásica inglesa. "La naturaleza –escribía– no ha puesto límite alguno al perfeccionamiento de las facultades humanas… El progreso podrá seguir un ritmo más o menos rápido; pero éste debe ser continuo, sin retrocesos". El final de nuestro personaje no respondió, sin embargo, a su fe en el futuro.

Cuando estalló la Revolución, Condorcet se puso al lado de los reformistas y criticó a los radicales. Con ello firmó su sentencia de muerte. Intentó ocultarse y escapar. Su esposa pidió el divorcio, porque una ley revolucionaria establecía la posibilidad de incautar sus bienes a los emigrados, y a cuantos trataban de poner su vida a salvo; condena, que podía extenderse a su familia más próxima. Finalmente fue detenido. No se sabe la causa exacta de su fallecimiento. Una versión dice que murió de agotamiento al poco tiempo de ser encarcelado. Otra sugiere un posible suicidio. El registro oficial de la prisión habla de la muerte, por causas desconocidas, de un tal Simon, el nombre que había dado para no ser reconocido. Era el día 29 de marzo de 1794. A Robespierre le quedaban, exactamente, cuatro meses de vida.

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