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Manuel Llamas

Sin alternativas

Rubalcaba propone más impuestos, más energía renovable e, incluso, la creación de un gran banco público. Es decir, más Estado y menos mercado. Nada nuevo bajo el sol

Rubalcaba propone más impuestos, más energía renovable e, incluso, la creación de un gran banco público. Es decir, más Estado y menos mercado. Nada nuevo bajo el sol

Rubalcaba ha sido coronado como nuevo líder del PSOE. ¿Y qué? La elección del secretario general de los socialistas no es más que un lavado de cara, un cambio de liderazgo a nivel interno, que poco o nada cambia lo sustancial, lo que realmente debería importar a los españoles. Esto es, su programa electoral, y más concretamente, sus propuestas económicas para que el país pueda cambiar de rumbo en la dirección correcta. Y en este ámbito, por desgracia, el éxito de Rubalcaba -al igual que sucedería con Chacón- se traducirá en otro giro hacia la izquierda por parte de los socialistas.

Rubalcaba propone más impuestos, más energía renovable e, incluso, la creación de un gran banco público. Es decir, más Estado y menos mercado. Nada nuevo bajo el sol, salvo el preocupante hecho de que en España se ha ido instaurando un bipartidismo nacional claramente escorado hacia la izquierda en materia económica. En este sentido, tanto monta, monta tanto, PP como PSOE. A día de hoy, las diferencias entre ambas formaciones son mínimas, tonalidades más o menos grises, pero encuadradas, en todo caso, en el campo ideológico de la socialdemocracia.
 
Si el PP sube impuestos, el PSOE promete aumentarlos más; si Rajoy insiste en garantizar el sobredimensionado Estado del Bienestar, Rubalcaba se compromete a extender los llamados "derechos sociales"; si el Gobierno solicita a Bruselas elevar el objetivo de reducción del déficit, la oposición exige incrementar el gasto público para estimular la demanda... En definitiva, si unos dicen A los otros contraatacan pidiendo A+. Y mientras las pugnas políticas discurren por esta senda, directa hacia el suicidio, las opciones para que España salga de la crisis se estrecha cada vez más.
 
La actividad política se ha convertido en una mera discusión de matices, cuyo énfasis recae sobre nombres propios y simples siglas partidistas, dejando en el más absoluto ostracismo el trascendental debate de las ideas. Éste no es el camino. Da igual quién detente el poder, lo realmente importante es cómo se detente. Así, por ejemplo, EEUU no se convirtió en la primera potencia mundial, partiendo de la nada, gracias a una particular sucesión de presidentes de gestión más o menos exitosa, sino que su liderazgo económico deriva del arraigo, tanto a nivel social como político, de una serie de principios liberales básicos, tales como el respeto a la propiedad privada, la limitación del poder público, la seguridad jurídica, la libertad para emprender y la sólida convicción de que el individuo, no el Estado, es el único y exclusivo generador de riqueza. Sin esta base ideológica, construida sobre el profundo rechazo al despotismo político, EEUU no sería nada a día de hoy. Y si colapsa en el futuro será, precisamente, por abandonar tales principios.
 
Lo mismo podría decirse de Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y tantos otros que, pese a registrar niveles de pobreza propios de África hace apenas medio siglo, son potencias consolidadas a día de hoy. Los nombres de sus mandatarios nos resultan desconocidos, pero todos saben que su riqueza se ha ido construyendo, poco a poco, a base de abrazar el capitalismo, el libre mercado y la globalización, lo opuesto al intervencionismo y la estatalización de la economía. Elegir entre más o menos socialdemocracia, como sucede en España, implica, ni más ni menos, que el país carece de alternativa a día de hoy. Por aquí, simplemente, no hay salida.
 

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