De nuevo, en el Congreso Socialista de Sevilla, el hasta entonces secretario general, Rodríguez Zapatero, echó la culpa de lo que ha sucedido a la economía española a la crisis internacional. Normalmente, eso es lo que se sostiene en los círculos socialistas. Se emplea lo que se puede llamar una correlación. Hasta el año 2007, la economía española continuó el crecimiento que había adquirido a partir de 1996, dentro del rápido movimiento alcista de nuestra economía iniciado en 1959. Y, de pronto, se originó, al par de la crisis de tipo financiero nacida en 2007 en Norteamérica, un derrumbamiento, que ha continuado con claridad hasta el presente 2012. ¿Por qué no enlazar los dos fenómenos?
Conviene decir, de una vez, que el fuerte desarrollo de la última etapa de este periodo alcista español, se debía a una fortísima financiación extranjera de las economías domésticas, de las empresas no financieras, y de las financieras. Para acabar de completar el panorama, desde 2009 aumentó espectacularmente el déficit del Sector Público. La economía española pasaba a mostrar, de manera creciente además, un fuerte déficit en la balanza exterior por cuenta corriente, todo ello oscurecido porque algo ajeno a esto, parecía reinar en España: la burbuja inmobiliaria, con costes acentuados por haberse puesto el Tribunal Constitucional de espaldas al voto particular de su entonces presidente, Jiménez de Parga. España, con aplauso además, a causa de las medidas adoptadas por el Gobierno de Rodríguez Zapatero, desde el mercado del trabajo a la política autonómica, desde la política energética a la educativa, se apartaba de ser un país de alta Productividad Total de los Factores, y por ello haciéndola competitiva. Cuando en 2007 se rompió la posibilidad de mantener este trampantojo, todo se vino al suelo. Al ser obligado políticamente ocultarlo, se buscó un chivo expiatorio: la crisis internacional.
Conviene en este sentido reiterar que la crisis española estaba larvada ya, y que con déficit colosales como los que se tenían, acompañados de grandes endeudamientos exteriores, hubiera sido imposible evitarla. Lo que es evidente es que la internacional lo agravó todo aun más. De algún modo esto recuerda lo sucedido al comienzo de la II República. En una economía que entonces dependía esencialmente del campo, Marcelino Domingo, con su política de importación de trigo en 1931-1932, lo hunde. Por sí mismo crea una crisis española formidable, que al coexistir con la Gran Depresión iniciada en 1929, aun nos precipita más de la que, de todos modos, nos hundía la propia política económica republicana, que añadía a ello los desatinos de Álvaro de Albornoz en Obras Públicas y las vacilaciones de Prieto en Hacienda.
Cada palo ha de aguantar su vela, y el palo mayor del Gobierno socialista sostiene una vela gigantesca llamada “Depresión”. Y no hay modo de trasladarla a otro mástil.
El Sr. Velarde Fuertes es Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, consejero del Tribunal de Cuentas y autor de Cien años de economía española (Encuentro, 2009).