Decía el otro día el keynesiano Paul Krugman algo muy poco keynesiano: España, y el resto de países periféricos, deben reducir sus salarios un 20% con respecto a los de Alemania para empezar a crear empleo. No fueron pocos los keynesianos quienes le afearon a Krugman la conducta: bajar salarios sólo nos llevará a una muy destructiva espiral deflación-deuda que nos engullirá en una depresión todavía más profunda. Y, en efecto, con distintos matices esto último era lo que opinaba Keynes, quien siempre se opuso a las rebajas de los salarios nominales y abogó, en cambio, por políticas inflacionistas que promovieran el gasto y minoraran los salarios reales.
Por supuesto, decir que los salarios, así en general, deben bajar un 20% en España peca de un simplismo no menor que el de afirmar que ningún salario debe reducirse en nuestro país so riesgo de un repunte vertiginoso en los impagos y en las bancarrotas bancarias. En realidad, ni los keynesianos que promueven rebajas salariales a lo bruto ni los keynesianos que se oponen a cualquier ajuste de rentas son capaces de ver más allá del árbol que tienen en frente de sus narices.
Los primeros olvidan que de lo que se trata no es de bajar todos los salarios al inframundo para ganar indefinidamente competitividad frente al extranjero. No es verdad que para una economía una caída salarial del 50% sea mejor que una del 20% y que una del 20% sea mejor que una del 10%; no lo es, claro, a menos que consideremos que los trabajadores no forman parte de esa economía. Lo que necesita la periferia europea no son salarios bajos por capricho, sino salarios libres que se adapten a la productividad de los distintos sectores de la economía, es decir, a la capacidad para generar riqueza de los diferentes planes empresariales que puedan llegar a ser viables en España. Eso significará, por supuesto, que algunos sueldos tendrán que caer y que, por las mismas, otros tenderán a ir subiendo.
El segundo grupo de keynesianos apela a los riesgos de una espiral deflación-deuda sin darse cuenta de que el verdadero riesgo de que ello acaezca no procede de que algunos salarios bajen para ajustarse a su productividad real post-burbuja –de modo que puede empezarse a crear empleo–, sino de que se mantengan artificialmente altos y condenen al paro estructural a más de cinco millones de personas. Suena a sarcasmo que a algunos les preocupen las implicaciones macroeconómicas de que un trabajador vea recortado su sueldo un 10%, pero en cambio no vean riesgos infinitamente mayores en que la cifra de parados lleve varios años en el entorno de los cinco millones, lo que necesariamente implica que los desempleados han padecido una merma en sus remuneraciones de, al menos, el 30% (mientras perciben el subsidio) y del 100% en muchos casos (cuando éste se agota).
La sangría laboral de enero, la más alta desde el aciago 2009, nos recuerda que el desempleo en España no ha tocado fondo y que la única forma de combatirlo y darle la vuelta no es –como no lo fue en 2009 con el Plan E– mediante ruinosos planes de estímulo de la demanda. Necesitamos una reforma laboral que permita que cada salario de este país se ajuste a su productividad, en lugar de ser éste determinado directa o indirectamente por nuestros políticos, sindicatos y patronales.
El ejemplo de éxito es muy claro: en el primer trimestre de 2010, España tenía una tasa de paro del 20,05%, Letonia del 20,7%, Lituania del 18,1% y Estonia del 17,3%. Hoy España tiene una del 22,9% y, a falta de que publiquen los datos del último trimestre de 2011, Letonia una del 12,8%, Lituania del 14,8% y Estonia de 10,9%. ¿Acaso es que, como podría pensar algún keynesiano, estos países no han sufrido, a diferencia de España, una contracción crediticia brutal que haya hundido el gasto interno en la economía y dejado sin financiación a sus empresas? No, de hecho la sufrieron en mayor medida: España recibía en 2007 una financiación exterior equivalente al 10% de su PIB y hasta hoy la ha visto minorada al 3% (siete puntos menos de crédito exterior); por el contrario, Letonia, Lituania y Estonia recibían en 2007 entre el 15% y el 23% de su financiación del exterior y hoy, en cambio, son ellos quienes proporcionan financiación al resto del mundo por un importe de entre el 1% y el 3% de su PIB (lo que equivale a una reducción del crédito externo de entre 16 y 26 puntos). La diferencia no es ésa, sino que sus mercados laborales son mucho más libres. Tomen nota señores del PP: ellos son los países de Europa donde más cae el paro, nosotros y Grecia aquellos donde más sube. Pero, por imposible que parezca, seguimos ganando a la quebrada Hélade en cuanto a tasa de paro. Por algo será.