Menos dos meses después de la última cumbre europea en la que la bancarrota de media Europa parecía una amenaza inminente e inevitable, la prensa continental comenzó a anunciarnos con alborozo que en esta ocasión, sí, nuestros gobiernos se desmelenarían y debatirían cómo impulsar el crecimiento y la creación de empleo mediante políticas de estímulo de la demanda. Dicho y hecho. Han bastado escasamente unas semanas de relax en la prima de riesgo de la periferia europea para que nuestros mandatarios hayan dejando a un lado esa tan cacareada como poco practicada austeridad y hayan concentrado todos sus planes para crear empleo en seguir emitiendo deuda y echando dinero a ciegas sobre la economía.
No otro engendro parió ayer la cumbre europea de Bruselas: apenas la promesa de dilapidar unas pocas decenas de miles de millones de euros sin criterio alguno a fin de dotar de cierta solemnidad a los cuatro desvaríos socialistas rubricados por nuestros mandatarios. Debe ser que montar un cónclave solo para concluir que los desempleados y las pymes lo están pasando muy mal resultaría un fiasco demasiado ilustrativo de la vacuidad de nuestros gobernantes, de modo que no les habrá quedado otro remedio que hacer como que hacían: a saber, tirar de chequera para que este carísimo reparto de alpiste rellene titulares, reconforte a los keynesianos y enriquezca a los avispados cazadores de ayudas y subvenciones.
22.000 millones del Fondo Social Europeo para, fundamentalmente, fomentar el empleo juvenil, ayudar a los emprendedores y acelerar la ejecución de los proyectos públicos vinculados a pymes, sobre todo en lo relacionado con la "economía verde". Calderilla en términos comunitarios; un monumento al despilfarro si pensamos fríamente en la ligereza con la que nuestros muy austeros políticos continúan gastando alocadamente el dinero de los ciudadanos.
Basta considerar el caso de nuestro país: tan sólo del Fondo Social Europeo, España todavía tiene pendientes de gastar 2.700 millones de euros (que podrían elevarse hasta 10.700 de emplear fondos estructurales y de cohesión). Dado que nuestros socios comunitarios parecen empeñados en regalarnos todo ese dinero, ¿acaso no sería mejor que lo destináramos, no sé, a pagar parte de las prestaciones de desempleo o las deudas vivas con proveedores? ¿Por qué, en lugar de seguir dilapidando un dinero que no tenemos, no lo aprovechamos para controlar nuestro desquiciado ritmo de endeudamiento que estrangula financieramente al sector privado? O mirémoslo desde otro ángulo: 2.700 millones es más de la mitad de los ingresos tributario que el Gobierno de Rajoy espera recaudar con la subida del IRPF.
Puede que calme las conciencias de algunos socialistas el pensar que los problemas de crecimiento y competitividad de media Europa se arreglan no con menos Estado y más mercado sino con una lluvia de millones proveniente del Norte rico. En todo caso, un lujo demasiado caro, ése de satisfacer a la izquierda caviar con la asfixia fiscal de las clases medias, que uno habría deseado que nuestros manirrotos politicastros hubiesen comenzado a comprender que ya no se pueden permitir. Pero no, no aprenden. Total, ¿para qué? Sólo una petición final: si no saben reunirse sin descontrolar sus gastos y nuestros impuestos, quédense reposando en sus palacios presidenciales.