Rajoy se cansó de repetir durante la última legislatura que, frente a las ocurrencias con que el imprevisible gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero nos sorprendía cada semana, un gobierno del PP presidido por él aportaría la certidumbre indispensable para devolver a nuestra economía el lustre perdido. Dejó al ya ahora su antecesor en la estacada en todas y cada una de las delicadas situaciones en que aquél se vio obligado a tomar decisiones difíciles (subir impuestos, reducir salarios y congelar pensiones), anteponiendo los intereses partidistas al interés general. Y no dudó en poner en entredicho la credibilidad del gobierno español incluso en los momentos en que la prima de riesgo de la deuda -merced a la pasividad del BCE exigida por Alemania- alcanzaba niveles muy elevados. Su instinto y las encuestas le decían que cada nueva mala noticia económica le acercaba un poco más al Palacio de La Moncloa.
Durante la campaña electoral, Rajoy se mantuvo flotando ingrávido y gentil en la estratosfera. Convencido de que le bastaba con recordar una y otra vez las cifras de paro y déficit público para avivar la frustración que sentían la mayoría de los ciudadanos, Rajoy se limitó a prometerles que su gobierno cuadraría las cuentas públicas sin subir impuestos y emprendería las reformas necesarias para hacer fluir de nuevo el crédito y crear empleo, dos palabras que les sonaban a gloria. Cuando algún entrometido osaba preguntarle cómo pensaba obrar tales maravillas, se le remitía al manual de campaña: “nosotros ya lo hicimos en 1996 y volveremos a hacerlo ahora”, una afirmación que revelaba tanto su desconocimiento de la situación económica como la inexistencia de un plan de gobierno. Con este discurso etéreo, logró Rajoy sin despeinarse una victoria histórica para su partido.
Lo que ha ocurrido en las últimas semanas es harina de otro costal. La victoria electoral del PP y la formación del nuevo gobierno no tuvieron, claro está, ningún efecto milagroso y la prima de riesgo se mantuvo elevada hasta que el BCE y los principales bancos centrales intervinieron coordinadamente, y el BCE decidió inyectar 500.000 millones de liquidez a los bancos a medio plazo. Aunque algún ministro tardó en comprender que la campaña electoral había terminado, el gobierno de Rajoy cambió ciento ochenta grados su discurso en muy pocos días. Quienes criticaron con ferocidad en 2009, 2010 y 2011 las subidas de impuestos, los recortes de salarios y la congelación de pensiones decretadas por Rodríguez Zapatero, consideran ahora imprescindibles sus propios recortes y subidas de impuestos y afirman sin rubor que "no quedaba otra opción". Quienes exigían cumplir al pie de la letra el calendario de ajuste fiscal pactado con la UE porque era bueno para España, ven ya conveniente posponerlo más allá de 2013 para no agravar la recesión económica. Quienes achacaban la desconfianza en la deuda española al desgobierno de Rodríguez Zapatero, han caído de repente en la cuenta de que "la única salida a la crisis del euro es política", y proponen incluso crear un estado federal en la eurozona.
Basta con repasar la hemeroteca para saber qué habrían dicho Rajoy y Montoro desde los bancos de la oposición sobre las medidas que su gobierno ha adoptado estas semanas: “Señorías, simple y llanamente: no”. Resulta irónico que hoy presenten desde el banco azul como inevitables y dignas de apoyo las mismas políticas de ajuste que ayer criticaban y ridiculizaban sin contemplaciones. Nada ejemplifica mejor el cambio de actitud del PP tras llegar al gobierno que escuchar al "previsible" Rajoy sentenciar que "en la vida nada es para siempre”.