Más allá de ciertas posiciones de neoliberalismo económico acérrimo y obtuso, creo que son inobjetables en su conjunto las primeras medidas del Gobierno para atajar la crisis y sanear las cuentas públicas. Constituyen un paso previo para que los mercados vuelvan a creer en nosotros y continúen refinanciando la deuda española. Tampoco creo que haya muchas razones para mantener que el Gobierno de Rajoy ya ha perdido la credibilidad, porque dijera que trataría de no subir los impuestos y, al final, no le ha quedado otro remedio que subirlos, porque se ha encontrado con un déficit presupuestario muy superior al previsto.
Y, sin embargo, tengo que reconocer que, de aquí en adelante, el modo de defender sus posiciones el Gobierno será decisivo para conservar uno de los principales patrimonios morales y políticos que han llevado a Rajoy al poder: la confianza. Sin política de comunicación se perderá pronto ese patrimonio político. Esa pasión. Los ciudadanos han querido que gobierne Rajoy, fundamentalmente, porque percibían y siguen percibiendo al PP y a sus líderes como gentes que no mienten. No es el PP un partido de demagogos o, al menos, la demagogia está mucho más controlada que en los lares socialistas y nacionalistas. Acaso por eso diferentes medios de comunicación, desde la izquierda hasta la derecha, han resaltado la contradicción del PP entre lo que dijo en la campaña electoral y lo que ha hecho en el Gobierno respecto a las políticas fiscales.
Es difícil no hacerse cargo de esa contradicción o doblez moral, a pesar de que cuatro ministros intentaron justificarla racionalmente por el lamentable estado de ruina de la hacienda pública española. Pero es, en efecto, tan grande el desfase entre lo dicho por el PP sobre los impuestos y lo hecho que se requeriría la presencia de Rajoy no tanto para que justificará las medidas adoptadas, que ya lo hacen sus ministros y deberían hacerlos todos sus líderes, sino para ratificar a sus electores primeros, y a todos los españoles después, que pueden seguir confiando en él. Si Rajoy ha hecho de la confianza la clave para llegar al poder, entonces ahora tendría que seguir siendo su principal argumento para justificar el sacrificio que le pide a todos los españoles.
La confianza es una pasión, o mejor, un patrimonio político muy delicado. Hay que cuidarlo con esmero permanentemente y con mucho diálogo, explicación o sencilla comunicación. Cuando alguien le otorga la confianza a alguien y se siente traicionado, aunque sólo sea una vez, ese sentimiento queda roto, dañado... Esperemos que no sea el caso de Rajoy. Pero, si quiere subsanar la leve contradicción que hayan podido encontrar los españoles en sus medidas fiscales, tendrán que comenzar a hacer una política comunicativa más directa con todos los ciudadanos. La confianza no es sólo búsqueda de votos, sino sobre todo esfuerzo por sostenerla en el Gobierno. O se cree en la comunicación política o se corre el riesgo del despotismo tecnocrático.