Este es el panorama: un modelo germánico de austeridad que parece imponerse a la zona euro, otro anglosajón –también convencido de reducir el gasto pero enganchado a la política monetaria como compensación–-, y el arcaico socialismo empeñado en sangrar el estado de bienestar. Tocado, pero no hundido, amenaza en erigirse en única influencia intelectual admisible.
Keynes dijo en 1936: "El hombre de la calle, que se cree inmune a cualquier influencia intelectual, es en realidad el esclavo de algún economista difunto". Bien lo saben los socialistas que tratan ahora de convertir su fracaso en éxito redoblando el esfuerzo en los ámbitos que dominan: medios y elites.
Así, quien pasara a ser hombre de la calle tras dejar España con un 22% de paro, Felipe González, sentencia:
Se está haciendo poco, tarde y mal... el problema... no es de solvencia, aunque haya que controlar... los déficits y la deuda, sino de liquidez y crecimiento... es... lo que estamos agravando con decisiones equivocadas, que nos llevarán a una contracción económica...
El mismo eco resuena en uno de los sabios del comité de Merkel, Peter Bofinger, un keynesiano alemán:
...Berlín quiere una camisa de fuerza para sus socios basándose en la fe completamente equivocada en que la rectitud fiscal es la clave para estabilizar el euro.
Sin embargo, no es la idea de los economistas Afonso y Furceri en una investigación reciente del BCE. Analizan la influencia del tamaño del estado sobre el crecimiento. Estudiando el efecto de cada componente de ingreso estatal y gasto de países de la UE y OCDE durante treinta años, concluyen que los impuestos indirectos, las contribuciones sociales, el consumo estatal, las subvenciones y la inversión estatal tienen un efecto sobre el crecimiento "notable, negativo y estadísticamente significativo".
Ni tampoco de la opinión pública, como se explica en "El reto de Rajoy". La gravedad de las consecuencias de la "solución" keynesiana a la crisis de 2008 – caso de manual de crecimiento artificial del crédito fruto del intervencionismo– provocó el rechazo de partidos socialistas y demás partidarios del gasto público.
"¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?" dijo el otro Marx, Groucho. Para ser creídos por encima de la evidencia, los socialistas denuncian la tendencia hacia la preeminencia de lo intergubernamental sobre lo comunitario, del BCE sobre la Comisión, de los estados nación sobre Bruselas; el desapoderamiento del estado frente al intervencionismo, la racionalización del estado de bienestar frente a su muerte por empacho, la reforma de las pensiones o el mercado laboral, frente al paro o el agotamiento de los recursos. ¿Acaso no lo han logrado antes para dejar de intentarlo ahora?
Este es el combate por la influencia intelectual de nuestro tiempo en mitad del cual estamos. ¿A quién creeremos los "esclavos", a los socialistas o a nuestros propios ojos?