Mariano Rajoy entra con firmeza en el contexto internacional. En suelo francés, lo primero que hizo fue mirar a Estados Unidos para entablar una conversación de tú a tú con su secretario de Estado del Tesoro, un cargo equivalente al ministro de Economía. Timoty Geithner salió convencido del encuentro que él mismo fijó, y le transmitió al presidente electo que cuenta con el aval de la Casa Blanca para acometer su duro plan de ajuste.
Primera prueba de fuego, y aprobada con nota. Rajoy no se anduvo por las ramas, no cayó en florituras, y fue al grano. Le desgranó en poco más de media hora cómo está actualmente el país y qué medicina tiene para reflotarlo. Y la receta gustó a Estados Unidos. Crudeza en el diagnóstico pero confianza en el futuro, con dos líneas de acción: control del déficit público -incluido el de las Comunidades Autónomas, que “suenan a chino” al otro lado del Atlántico- y las grandes reformas estructurales, la laboral y financiera. Rajoy puso la mano en el fuego en que cumplirá, y el enviado de Obama volvió a creerle.
Por su parte, Geithner le expuso lo que su administración ha estado haciendo en estos años de crisis, con sus aciertos y fracasos. También negro sobre blanco, sin entrar -eso sí- en los problemas concretos del conjunto de la Unión Europea. Ni el plan de acción franco-alemán, ni la polémica de los eurobonos, ni tampoco las dos velocidades. Lo único que le interesa a Estados Unidos es que el viejo continente remonte al ser su aliado potencial, y Rajoy le aseguró que, en lo que le corresponde a España, así será.
Junto a Rajoy, dentro de la reunión, el embajador en Francia, Carlos Barracheda, y dos dirigentes que se erigen clave en su próximo Ejecutivo: Álvaro Nadal, como experto económico, y Jorge Moragas, su jefe de gabinete y responsable en materia exterior. En los pasillos, esperando, Miguel Arias Cañete y otros asesores como Alfonso Senillosa.
El encuentro generó una expectación que deja entrever el interés que Rajoy y sus políticas provocan en la Unión Europea, y también fuera. El hall del hotel Radison parecía un gran plató de televisión en el que el castellano no era la única lengua. No se trataron las relaciones bilaterales -salvo para constatar que son buenas- ni tampoco se fijó la fecha de la visita del aún presidente electo a Washington.
Una agenda frenética
Dicho lo cual, la delegación española se mostró satisfecha, dentro del estrés que provoca una agenda frenética que podría ir aumentando con el paso de las horas. Si hoy fue Estados Unidos, el viernes Rajoy se centrará en exclusiva en la UE, entrando por primera vez en la asamblea de los populares. En sus instalaciones se reunirá, por este orden, con el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso; el primer ministro polaco y presidente de turno de la Unión Europea, Donald Tusk; el presidente de la República Francesa, Nicolás Sarkozy; y la canciller de la República Federal Alemana, Angela Merkel.
Su puesta de largo, ante el plenario, llegará a partir de las tres y media, y no les dirá a sus socios “nada que los españoles no hayan ya escuchado”, en voz de Antonio López Istúriz. Previsibilidad como herramienta de trabajo, sentenció el secretario general del PPE, que aseguró rotundo que la UE espera que España vuelva a estar en el camarote de mando.
“Europa quiere y necesita que España esté en la toma de decisiones. Por su tamaño, por su economía, no puede estar en otra división”, afirmó, para poner otro titular encima de la mesa: el futuro presidente del Gobierno “no tiene ningún tipo de presión exterior” y va a actuar “con absoluta independencia” de unas presiones que “no se han producido”.
Traducido: manos libres para poder defender “sus propias recetas” y dejar claro, de una vez por todas, que el “lastre Zapatero”, en voz de un asesor en el meollo de las negociaciones, fue soltado “para siempre” en las elecciones del veinte de noviembre. Las negociaciones discretas de la delegación española fueron igual de importantes que las de Rajoy, y todas fueron en este sentido.